19 Una vez dentro del museo, podemos ver en las cinco salas que lo componen las distintas fases en las que se desarrolló la Segunda Guerra Mundial y la destrucción del pueblo de Oradour. Así, en la primera sala podemos ver en fotografías y en textos (en francés e ingles) el contexto político y social de antes de la guerra, con la aparición del nazismo y la expansión del III Reich. En la segunda sala pueden verse imágenes y explicaciones de las masacres sistemáticas que los nazis hacían en la Europa del Este. También puede verse la situación de Francia y del resto de Europa los días 8 y 9 de junio de 1944, es decir, los días previos a la masacre de Oradour. La tercera está reservada para la proyección, durante 12 minutos, de una película en blanco y negro en la que se explica en francés, con subtítulos en inglés, lo que aquí ocurrió el 10 de junio de 1944. En la cuarta sala hay fotografías de cómo quedó la Villa Mártir después de la masacre, documentos y fotos del proceso judicial contra los autores de la barbarie y de cómo se construyó el pueblo nuevo. Para finalizar, en la quinta y última sala hay un espacio para la reflexión donde pueden leerse varios mensajes de paz escritos por distintas personalidades. Tras visitar el museo, atravesamos un pasillo, subimos unas escaleras y nos encontramos de lleno transportados sesenta y tres años atrás. Estamos ante El Santuario del Horror. Una gran placa de mármol nos recibe a la entrada de las ruinas: «Souviens-toi» (Recuerda). Y lo cierto es que nadie que pase por aquí podrá olvidarse nunca de lo que ha visto. Nada más entrar, un sentimiento de escalofrío te encoge el corazón. Pensar que aquello fue un pueblo próspero y tranquilo y ver en qué lo convirtieron, da pánico. En las fachadas que aun se tienen en pie hay puestas placas en la que puede leerse el nombre del dueño y su ocupación. Es horrible ver lo que allí hay. Imagino que cuando se decidió dejar así el pueblo era lo que se quería provocar en el visitante, horror ante lo que estaba viendo. La visita, y hay unos cuantos centenares de personas, incluidos niños, se hace en el más absoluto de los silencios; es como si fuese un homenaje a los que allí murieron. Los edificios semiderruidos, los coches y camiones quemados en los garajes y en los talleres, las máquinas de coser Singer en casi todas las casas, las camas con sus cabeceros de forja, las cocinas con las cacerolas puestas, las bombas de agua por las calles y en los patios, una bicicleta colgada en la pared de una casa, las herramientas de los talleres de reparación de coches, una báscula oxidada, las mesas y las sillas de la cafetería... son los únicos testigos de lo acontecido,
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