94 comprobaréis. Aunque lo mejor de un sitio como éste es perderse sin más por sus calles, hay algunas cosas que no hay que dejar de ver si se pasa por aquí. Más adelante os diremos cuáles. Este tesoro amurallado, cuya traducción literal del alemán sería “Casa Roja por encima del río Tauber” (ahí es “na”), es una antigua ciudad imperial que se muestra tal y como era en la Edad Media, ha cambiado muy poco. Con 12.000 habitantes, Rothenburg es uno de los centros turísticos por excelencia de Alemania. Parece mentira que en tan poco espacio se concentren tantos edificios magníficamente conservados, eso sí, la mayor parte de ellos reconstruidos tras la devastadora Segunda Guerra Mundial. Dos millones de visitantes al año (sobre todo japoneses y americanos) es una cifra más que respetable para pensar que algo de especial tiene, ¿o no? Ya que hemos nombrado a los americanos, os diremos que éstos la consideran un poco suya, y es que en 1945 el general americano McCloy evitó un segundo bombardeo impidiendo así la destrucción total de la ciudad. En el primer ataque fueron destruidos el ayuntamiento, casi 750 metros de muralla, más de 300 casas y 9 torres. El resurgir de Rothenburg fue posible gracias a la creación de una sociedad germano-americana (Sociedad de Amigos de Rothenburg) que se encargó de sufragar, casi en su totalidad, los gastos de reconstrucción de la ciudad. La historia de Rothenburg no es muy distinta a la de otras ciudades europeas arrasadas total o parcialmente durante la guerra, pero ésta tuvo la suerte de contar con muchas ayudas externas para su renacer. Casi todas las guías y folletos ojeados recomiendan dar un paseo inicial por el camino de ronda de la muralla para hacerse una composición de lugar. El paseo dura ampliamente una hora y hay que subir y bajar en varias ocasiones; muchas torres y varias puertas de acceso son parte del Rallie. Advertidos quedáis por si hacéis caso a las guías (yo me niego a esta excursión de senderismo de ladrillo y adobe, no estoy para esos trotes). A favor de este paseo hay que decir que Rothenburg es una de las pocas ciudades alemanas que conservan casi intacta la muralla que rodea la ciudad, si os dais el gustazo de pateárosla (la muralla), eso que os lleváis en el cuerpo. Nosotros haremos la visita prescindiendo, casi en su totalidad, de las murallas, recorreremos sus calles adoquinadas, es otra forma de conocer esta ciudad tan pequeña como gloriosa. Un buen comienzo para acceder al casco histórico es por una de las puertas de entrada existentes a lo largo de la muralla, la Galgentor (Puerta de la Horca), que dicho sea de paso, es la primera que nos encontramos según venimos del parking por la Schweinsdorfer Strasse. A la susodicha se la llama así porque por ella pasaban a los reos cuando iban a darles matarile, y os preguntaréis ¿cómo los ajusticiaban? Pensad, pensad… Bajando por la calle homónima, la Galgengasse (Calle de la Horca), podemos ver infinidad de casas con sus tejados puntiagudos, unas con su fachada de entramado de madera y otras pintadas con colores suaves y acogedores. Algunas, reúnen ambas circunstancias. Todo es como un cuento. No os perdáis en la acera derecha (a la altura del nº 21 aproximadamente) un pequeño restaurante que hace esquina y que tiene la fachada amarilla y de entramado de madera adornada con flores y con hiedra trepadora. En la misma está escrito “Landsfnechtstürhen” (o algo así), desconozco lo que significa. Sentarse allí a tomar un café es algo que se recuerda de por vida. La Galgengasse desemboca en la Weisser Turm (la Torre Blanca), una puerta que sirvió de entrada a la ciudad hasta que se construyó la Galgentor. La torre forma parte de la primera muralla que protegía a la ciudad. Desde la Georgengasse se tienen las mejores vistas de la misma. En su parte más alta podemos contemplar un precioso reloj con las manecillas y los números dorados que, curiosamente, funciona, como casi todo en Alemania. A los pies de la torre podemos contemplar un pequeño cementerio judío, y junto a éste, una casa que en la Edad Media era el Centro de reuniones de la Comunidad judía de Rothenburg. Desde aquí, y tras callejear por unas estrechas callejuelas, llegamos al centro neurálgico de la ciudad, la Marktplatz, el escenario de los acontecimientos más importantes de Rothenburg. Para describir lo que hay en esta plaza, posiblemente habría que escribir más de la cuenta y no creo que este sea el lugar. Simplemente vamos intentar contaros con brevedad todo lo que hay en ella. Creemos que entre el texto y las fotos os haréis una idea, más o menos fidedigna, de lo que queremos transmitiros. Es muy difícil explicar con palabras la inmensa belleza que podemos contemplar, juzgad vosotros mismos.
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