98 Pero volvamos a la entrada, a la Burgtor, que tiene sobre ella la más antigua y elevada torre de la ciudad. Nos situamos en la parte del jardín. Podríamos decir que la puerta se compone de tres partes. La primera, la más próxima al jardín, consta de un arco con un blasón en su parte superior y dos preciosas garitas puntiagudas construidas para la estancia de los guardias. A continuación se accede a un portal interior en el que aun pueden verse los alojamientos de las cadenas que movían el puente levadizo. Llegados a este punto, y antes de entrar en la parte inferior de la torre, mirad para arriba y podréis ver una máscara de piedra. Según la leyenda, por su boca se echaba alquitrán caliente sobre los intrusos que pretendían entrar a la ciudad sin permiso. La última parte de este conjunto la componen la torre, que como hemos dicho anteriormente es la más alta y a su vez más antigua de la ciudad, y debajo, su puerta de entrada, dividida a su vez en dos hojas. La llamada “ojo de aguja” (en alemán Nadelöhr) servía como paso para una sola persona, de esa forma los guardias no tenían que abrir toda la puerta cada vez que alguien quisiera entrar, imaginaos el peso de la misma. Esta puerta se cerraba al anochecer y sólo se podía entrar o salir de la ciudad con un permiso especial del Gobernador. Era una especie de toque de queda en toda regla. Salimos de la Burgtor y por la Klosterhof llegamos a la Iglesia protestante de Santiago, también llamada de San Jacobo (Jakobskirche), una mole de estilo gótico en la que se tardaron más de 170 años para acabarla (se inició en 1311 y se consagró en 1484), vamos, que ni el Escorial. Desde entonces ha sido remodelada en varias ocasiones, especialmente después del intenso bombardeo de la Segunda Guerra Mundial. La historia de esta iglesia, la más grande e importante de Rothenburg, está llena de anécdotas, alguna de las cuales más tarde os contaremos. El precio que se paga por ver su interior es de 1,50€. No os va a sacar de pobres y merece la pena pagarlos. Ah, se nos olvidaba. En su parte exterior, más concretamente en una de sus entradas, hay una estatua a pie de calle de un Peregrino; la imagen está más bien desgastada de tanto abrazo que se le dispensa, y es que no hay que olvidar que aquí comienza el Camino de Santiago alemán y muchos de los que lo hacen se quieren inmortalizar con la estatua. La foto, por lo tanto, es obligada. El interior de la iglesia es de nota. No os vamos a relatar los pormenores de su contenido pero si que os podemos decir que es grandioso. No dejéis de ver el Altar de los 12 Apóstoles, considerada como una de las obras de arte más importante de Alemania y las magníficas vidrieras que hay detrás del coro. La reliquia de la Santa Sangre es otro de los tesoros de este templo ya que según se dice en él se encuentra una cápsula de cristal de roca con tres gotas de la sangre de Cristo. Pero la obra más valiosa e importante de la iglesia es el Altar de la Santa Sangre, que representa una Última Cena un tanto particular ya que en vez de estar Jesús en el centro de la escena, está Judas, las expresiones de los Apóstoles son para observar detenidamente. Una de las tristes anécdotas que ocurrieron durante la construcción del templo se refiere a la muerte del arquitecto. Si os fijáis en las dos torres que coronan la iglesia, podréis comprobar cómo las cúpulas de ambas son ligeramente distintas. Cuentan que una de ellas la construyó el Maestro de la obra y la otra sus colaboradores. Aquél, al ver que la de los aprendices era más esbelta y más bella, indignado por la ofensa se subió a su torre y se tiró al vacío muriendo en el acto. Salimos de la iglesia a la Kirchplatz, y tras zigzaguear por un par de calles nos volvemos a encontrar en la Marktplatz. Es el momento de reponer fuerzas. En la Obere Schmiedgasse encontramos una pastelería donde, además de las azucaradas y ahogadizas Schneeballen (bolas de nieve), sirven unos deliciosos bocadillos de pan de sésamo, rellenos de queso, lechuga, tomate y una salsa con especias que es una delicia. Cervezas sin alcohol (para Javi Coca-Cola) y bocatas en mano nos dirigimos a la Plönlein. Antes, en los bancos de piedra de la fuente que hay en la unión de las dos calles Schmied, hacemos una parada para comer tranquilamente. A la sombra (el calor aprieta) damos buena cuenta del ágape. No queremos dejar pasar por alto algo que no os hemos comentado aun y que nos ha llamado mucho la atención. Todos los comercios (tiendas, restaurantes, cafés, hoteles, etc.) tienen unos carteles de forja anclados a la fachada que identifican a cada establecimiento, y que en esta calle en particular, se hace aun más patente. Podéis deleitaros con ellos ya que los hay de todos los tamaños y colores.
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