Disfruté como un enano, tanto del espectáculo de la Bahía de Santander, como de ver a mis hijos corriendo por la cubiertas como niños de 8 años (yo también corría y daba saltitos de emoción, cual grácil pato mareao con reuma). A la ida, el mar era una balsa de aceite, con sus delfines acampanándonos, un precioso atardecer y una caña que le metía el capitán a la barca que se nos volaban los peluquines. Y todo esto mientras me "tranquilizaba" con Jack Daniel´s con cocacola en Popa.... eso si que es un placer, y no el urólogo...
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