Viajes por Europa (IV parte). Alemania y Praga: Un viaje por el Patrimonio de la Humanidad 100 Nos sentamos en una de las mesas del chiringuito, nos conversamos unas cervezas (para Javi una Coca-Cola) y nos comemos unas Currywurst deliciosas a más no poder. Una hora después, al levantarnos para salir de allí, no sé si han sido más de dos o tres cervezas, pero nos las hemos conversado. Inma no sabe si ve doble o es que las gafas están sucias… Hemos hablado de lo humano y de lo divino (de esto último menos porque no tenemos mucha idea): lo hemos pasado bien. Posiblemente a los tres nos apetecería quedarnos un poco más, porque Inma y yo estamos, como dice la canción de Ketama, “muy agustito”, pero el sentido común, la sensatez, los años y nuestras ganas de ver la ciudad, nos han dicho que más vale una retirada a tiempo que levantarse al día siguiente simulando que piensas, cuando en realidad tienes un dolor de pelota y un mal cuerpo del copón. No queremos un día de esos en los que el cerebro está aparcado por culpa de unas cervezas. No es bonito. Para bajar un poco los grados alcohólicos, nos pateamos los alrededores de la Frauenkirche. En las calles del centro histórico, las terrazas de los restaurantes y las cervecerías rebosan sonrisas. La gente cena en grupo y bebe cerveza en jarras de litro. Resulta curioso ver cómo tres músicos sudamericanos pululan por las mesas cantando y tocando canciones populares alemanas. Están en fiestas y vale todo. En alguna mesa, la de bolsillos calientes y calderilla de papel, permanecen más tiempo y atienden las peticiones de los comensales. Alguno les pide que toquen esta o aquella canción. Imagino que dirán, ¿te sabes la de...? Y éstos la tocan para contentar al cliente. Al final todos desafinan en armonía convirtiendo el restaurante en un improvisado karaoke donde hombres y mujeres van elevando el tono de voz a medida que se vacían las jarras de Paulaner München.
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