Viajes por Europa (IV parte). Alemania y Praga: Un viaje por el Patrimonio de la Humanidad 114 Un país sin memoria Desgraciadamente en Alemania no existen estadísticas ni archivos de todo lo que ocurrió en aquellas largas horas. Sí se sabe que de la compañía de bomberos de Bad Schandau, ciudad próxima a Dresden, no quedó un solo bombero vivo que pudiera contar lo ocurrido. En los días siguientes, cuadrillas de socorro se encargaron de dar sepultura en fosas comunes a los cuerpos mutilados y quemados, envueltos en papel periódico en el mejor de los casos. El día 6 de marzo apenas se había logrado identificar a 40.000 cadáveres. Durante semanas, ya entrada la primavera, el hedor de la ciudad acordonada se percibía desde kilómetros de distancia. Algunos soldados manifestaron haber visto enormes ratas que se alimentaban entre los escombros; incluso se dijo que animales de un circo, cuyas jaulas fueron reventadas durante los bombardeos, vivían entre las ruinas alimentándose de restos humanos. Pero volviendo a la pregunta inicial, de por qué se eligió Dresden para bombardearla, se sabe que durante los interrogatorios del mando aliado a las tripulaciones, éstas, al darse cuenta de lo que acababan de hacer, se hacían las mismas preguntas: ¿Por qué tuvieron que volar tan lejos para atacar un objetivo sin importancia? ¿Es que los rusos no podían ellos mismos atacar la ciudad, si era tan vital para sus operaciones? Para calmar los ánimos, los oficiales de Estado Mayor les respondieron con múltiples patrañas, como que en Dresden se encontraba el Cuartel General del Ejército alemán, también el de la Gestapo, que existían depósitos y fábricas de armas, que era un centro industrial de instrumentos de precisión, o que había fábricas de municiones y hasta una planta de fabricación de gas venenoso. Como se puede comprobar, una vez más, las mentiras para justificar la guerra es una constante en la Historia de la Humanidad. El caso de Dresden representa un hito más de los muchos en los que se evidencia que los gobernantes, una vez decididos a hacer la guerra, terminan sucumbiendo ante sus propios halcones, que no escatiman en esfuerzo para llevar sus malas artes a la máxima expresión: victoria a cualquier precio. Afortunadamente, hoy en día las sociedades democráticas tienen mayores y mejores medios de control del uso de la fuerza. Pero los excesos en los escenarios en conflicto continúan sucediéndose, aunque cada vez por menos tiempo. El crimen contra la humanidad que se cometió en Dresden, en aquel mes de febrero de 1945, ha pasado inadvertido a la posteridad. Es hora de rescatarlo para nuestra memoria. En necesario interiorizar este horrendo genocidio, pues nada justifica un uso de la fuerza tan desproporcionado, aunque el enemigo sea del pelaje del nazismo. Los seres humanos somos todos iguales, y vale tanto la vida de un civil de Gloucester como otro de Dresden. Y el bombardeo de Dresden tuvo todos los ingredientes de un experimento radical. Sí; la guerra terminó en Europa apenas tres meses después de aquel martes de carnaval. También sabemos que ese fue el tiempo en que un totalitarismo tardó en ser sustituido por otro, y que los democráticos aliados le hicieron el trabajo sucio a los nuevos señores. Y lo peor es que ni siquiera hoy, cuando comienza a esclarecerse la verdad, alguien está dispuesto a elevar una palabra de perdón, o una disculpa por aquel terrible crimen. Ni siquiera las almas de las decenas de miles de muertos en aquel genocidio cuentan con el consuelo de una oración, pues a los que sobrevivieron al horror les hicieron sordos para siempre.
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