Viajes por Europa (IV parte). Alemania y Praga: Un viaje por el Patrimonio de la Humanidad 119 Tras dar un paseo por los jardines del bellísimo Zwinger Palace (no os lo perdáis por nada del mundo), un aroma a carne a la brasa asoma al pasar por el pórtico de su fachada tentando al paladar, incitando a abandonarse en el primer kiosco que deje un hueco en las mesas o en la barra. Al llegar al meollo de la feria, el calor se ha instalado en la mañana. Las terrazas están llenas, así que echamos un vistazo y examinamos varios “chiringuitos” antes de decidir sentarnos en uno, que resulta ser el que más vacío y tranquilo parece. Acodado en la barra, pido dos cervezas (esta vez sin alcohol, hay que conducir), una Coca-Cola, tres bocatas de lomo de cerdo y miró un televisor que retransmite un concurso de arrastre de camiones con la boca; los aquí presentes aplauden al vencedor cuando pasa la línea de meta. Extraños deportes los de estos alemanes. Tras un sorbo de cerveza, devoro con gula el bocata como el que lleva sin comer una semana. Qué bien sabe un sencillo bocadillo cuando se degusta tranquilo y feliz. Pido otras dos cervezas de nuevo sin alcohol (me vuelven a mirar con cara extraña), esta vez acompañadas de unas salchichas a la brasa que me transportan a una noche de bares repletos en los que chocan las jarras, de cuerpos en empujones donde cuesta entender las palabras y donde la algarabía de esta particular forma de celebrar las fiestas de los alemanes puede descolocar a cualquiera que no haya visitado estas tierras. Me recuerdan a noche de viernes del año 74 cuando mis padres y sus amigos se reunían en Wetzlar para celebrar el fin de semana, bares que olían a fiesta española, a fiesta emigrante; y a cerveza, y a Manolo Escobar: una borrachera de los sentidos que invita, de cuando en cuando, a alejarse y refugiarse en otros placeres y otras instantáneas, aunque sean en blanco y negro. Al apurar el último sorbo de cerveza, intento encontrarle una explicación a lo vivido; pero creo que es mejor seguir nuestra particular procesión hasta el siguiente bar donde nos esperan unas fantásticas chuletas a la brasa: estoy seguro que siempre se me escaparía algo. Una última vuelta por las ya atestadas calles del centro y decidimos que la fiesta ha terminado para nosotros.
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