Alemania y Praga, un viaje por el patrimonio de la humanidad

Viajes por Europa (IV parte). Alemania y Praga: Un viaje por el Patrimonio de la Humanidad 120 Atenazados por la ansiedad de visitar Praga con la previsible marabunta de turistas, que como nosotros, asisten a un lugar mágico, abandonamos Dresden por la Könneritzstrasse. Aquí, Dresden deja atrás su imagen de tarjeta postal. Ya no es la ciudad de algarabía y fiesta, de los edificios emblemáticos, ni la que diariamente invaden miles de extranjeros. Aquí Dresden es el albergue de numerosas fábricas, empresas de transportes, talleres mecánicos, casas con jardín y hospitales. El rugir de los automóviles y el traqueteo de los trenes hacia la Bahnhof es sólo un fastidio momentáneo; en minutos, la avenida se convierte en un desierto y cruzarla no resulta un reto. Y qué decir si al silencio del asfalto se le suma el de las casitas bajas cubiertas de verdes enredaderas: se detiene el tiempo. Afortunadamente, aquí no ha llegado el descontrol inmobiliario que tenemos en España, ese descontrol que es el causante de la aniquilación de gran parte de la identidad y del patrimonio de nuestros pueblos y ciudades, y que no duda en demoler reliquias arquitectónicas para dar paso a elevadas torres monocolor, a filas y filas de chalets adosados y a construcciones imposibles y desmesuradas que amenazan con devorarnos por momentos. Pero vamos, que ya todo es recuerdo, imborrable, eso sí. Imborrable porque Dresden es, posiblemente, una de las ciudades más fascinantes que hemos visto jamás. Nos vamos impresionados con su belleza, con su ambiente, con su tranquilidad. Ya de camino a la República Checa, y mientras devoro kilómetros, conjeturo sobre lo que allí nos vamos a encontrar y cuál va a ser nuestra reacción ante las diferentes experiencias que nos aguardan. ¿Nos gustará, nos decepcionará? Intuyo que será lo primero.

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