Viajes por Europa (IV parte). Alemania y Praga: Un viaje por el Patrimonio de la Humanidad 133 LA VIEJA LIBRERÍA DE PRAGA Me gustan las “Librerías de Antes”, las viejas, especialmente aquellas que conservan libros antiguos en los que empaparse de historia; libros de siglos pasados. Casualmente, en Praga hay una, y al verla me retrotraigo casi treinta años y me acuerdo de la Librería Garpaje de Aranjuez. Era uno de los lugares favoritos de mi niñez. Al entrar olía a papel viejo, a tinta, a lapiceros Alpino y a polvo, al polvo de los centenares de libros que había en sus estanterías y que poca gente reparaba en ellos. Aquella vieja librería de la calle Stuart era mi santuario, mi refugio invernal. Nicolás, el librero, permitía que me sentara a mis anchas en un rincón a leer cualquier libro que deseara. Nicolás casi nunca me dejaba pagar los libros que ponía en mis manos, pero cuando él no se daba cuenta yo le dejaba las monedas que había podido ahorrar durante varios meses a costa de no salir al cine los domingos con mis amigos. No era más que calderilla; céntimos y “perras gordas” que para mí eran una pequeña fortuna. Cierto es que si hubiese tenido que comprar algún libro con aquella miseria monetaria, seguramente el único que habría podido permitirme era uno de hojas para liar los cigarros de mi tío Martín. Cuando me iba, lo hacía arrastrando los pies y, por qué no decirlo, también el alma. Si de mí hubiese dependido, me habría quedado a vivir allí. Por desgracia, cada vez quedan menos, y aquella Librería Garpaje desapareció para siempre de mi vida a finales de los 80. Inexorablemente, la mayoría van desapareciendo del corazón de las ciudades, muriendo a nuestra vista y dejando una sensación de vacío, de orfandad nostálgica a los que, de niños, experimentamos el placer de revolver entre cientos de libros amontonados o dispuestos en estanterías; libros de escritores olvidados que plasmaron, en hoy amarillentas y quebradizas páginas, sus manuscritos, sus ilusiones, sus sueños. Lo que en su día fue “mi” Librería Garpaje hoy son oficinas de Santalucía. Y hoy, al ver la librería de la calle Nerudova y traspasar su maciza puerta de madera, noto que hay algo que le confiere un aire misterioso, mágico, excitante; es como volver a esa niñez recordada y creer que entre sus estantes uno fuese a encontrar un libro de “Los Cinco” o las caligrafías de tercero de Rubio. Al traspasar el umbral, percibo desde el primer momento la mirada del librero que con una ojeada condescendiente me juzga, imaginando por mi forma de buscar o detenerme en determinados ejemplares, si soy un cazador de gangas, si he entrado a curiosear, si amo profundamente los libros o si merezco ser digno de recibir alguna pista que me desvele el lugar donde hallar alguna reliquia para mi colección privada. Es obvio que sólo busco curiosear, la mayoría de los libros aquí expuestos están escritos en checo, es decir, ilegibles para mí, pero mientras me mancho los dedos acariciando y abriendo los libros, el olor del polvo y papel viejo se introducen en mi cerebro predisponiéndolo a un viaje treinta años atrás. Por desgracia, muchas de las librerías antiguas están desapareciendo de nuestras calles y ver los cierres echados me produce una profunda tristeza. Son, en definitiva, el último refugio a pie de calle de nuestra memoria; un espacio donde la vida pasa descansada y lenta, y las urgencias tienen reservado el derecho de admisión. Y es que hay negocios que no deberían morir.
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