Alemania y Praga, un viaje por el patrimonio de la humanidad

Viajes por Europa (IV parte). Alemania y Praga: Un viaje por el Patrimonio de la Humanidad 151 En la esfera superior a cada hora en punto entre las 9:00h y las 21:00h el reloj se pone en marcha y se abre el telón del espectáculo. Cuando marca la hora, aparece la figura de La Muerte representada por un esqueleto. Tira, con la mano derecha, de la cuerda de una campana indicando que ha llegado la hora, y con la izquierda levanta e invierte un reloj de arena. A la vez, comienza el movimiento de más figuras animadas: El Turco, que simboliza el miedo y la lujuria y que sacude la cabeza de lado a lado; La Vanidad, que se mira en un espejo y La Avaricia, representada por un Mercader de Venecia agitando una saca de monedas. Mientras los cuatro personajes hacen su representación, se abren las dos ventanas superiores y aparecen las figuras de los doce apóstoles encabezadas por San Pedro con una llave en la mano, y al final San Pablo con una espada y un libro. Un gallo canta y el reloj da la hora. Esta esfera, además de dar tres tipos de horas diferentes: la europea, en números romanos; la bohemia, indicada en la parte exterior del reloj y la babilónica, representada en cifras arábigas en la parte interior; indica el día, el mes y la posición del Sol, la Luna y Venus. Todo un ingenio medieval. En la esfera inferior, donde están los signos zodiacales y doce escenas pintadas que simbolizan las actividades agrícolas de cada mes del año, se pueden ver a ambos lados cuatro figuras: a la derecha, el Cronista y el Astrónomo, y a la izquierda, el Ángel y el Filósofo. Esta esfera fue construida en 1866 y en el centro, dibujado, aparece el Escudo de Armas de Staré Město. Por esto, y por muchísimo más, Praga es la hechicera, la ciudad de ilusiones y quimeras, la que eterniza el éxtasis, la admiración, la sorpresa de aquellos viajeros que, como nosotros, nos sumimos en un silencio impasible, con una curiosidad serena y natural, y contemplamos maravillados un antiguo y lubricado reloj que, puntual a su cita horaria, da la campanada exacta, haciendo que el rico haga sonar sus monedas, que la muerte mueva la cabeza y tirite, y que al final cante un gallo. Retornamos la Plaza de la Ciudad Vieja y cada uno de nuestros parpadeos desvela una imagen merecedora de ser captada en una fotografía que plasme lo que se presenta ante nosotros. La majestuosidad invade cada uno de los rincones, desde sus monumentales edificaciones hasta los más ínfimos detalles. La Plaza en particular y Staré Město en general no es apta para vagos, los eternos paseos que alternan inabarcables avenidas con estrechas callejuelas, se hacen más amenos gracias a los constantes regalos visuales que nos relajan por dentro y nos deleitan por fuera.

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