Alemania y Praga, un viaje por el patrimonio de la humanidad

Viajes por Europa (IV parte). Alemania y Praga: Un viaje por el Patrimonio de la Humanidad 192 Ettal Me despierto a las seis de la mañana. Sorpresa. Subo el oscurecedor de la ventana y observo una ligera neblina meona que empapa las calles y que impide ver las verdes montañas que rodean este pequeño pueblo y su abadía. Dada la hora tan temprana, me vuelvo a arropar con el edredón y pongo el despertador a las 7:30h; es una hora más cristiana, ¿no? Despertar en Ettal es un placer más que recomendable, salvo que antes de que suene el despertador, Inma nos arengue para que nos levantemos. Como es mejor tenerla a favor que en contra, y hoy nos espera un buen día de visitas, ponemos todo de nuestra parte y alzamos el culo de la cama. Después de una reparadora ducha, nos pegamos un desayuno potente para cargar baterías y nos disponemos a disfrutar del día que nos espera. Por cierto, la niebla de esta mañana ha dejado paso a un espléndido sol. Aun así, la mañana está fresca, 15 grados marca el termómetro. Al salir de la autocaravana, una rebeca es más que aconsejable. La Abadía barroca de Ettal fue fundada en 1330 por el Emperador Romano-alemán de la casa de Wittelsbacher Luis IV de Baviera, que trajo a Alemania la estatua de una Madonna en su expedición a Italia en el año 1328. La Virgen, hecha de mármol, es sobre lo que gira la vida del Monasterio. De hecho, gracias a esta Virgen se considera a la abadía de Ettal como un verdadero centro de peregrinación. No llega a tener el fervor y los seguidores que tiene La Macarena o la Virgen del Rocío, pero sí es cierto que desde el siglo XVII acuden a visitarla pelegrinos desde los lugares más dispares de Europa. Hacia 1700 el Monasterio tuvo su siglo de oro, pero un incendio devastó en 1744 la mayor parte de la abadía y de la iglesia que, por entonces, se encontraba en fase de modificación. La reconstrucción la dirigió el maestro de obras y estucador Joseph Schmuzer, que acabó las obras de Henrico Zuccali, quien había planeado todo el Monasterio tal y como está en la actualidad. En el año 1803 el monasterio dejó de tener moradores. Los monjes fueron expulsados y una gran parte se fue destruyendo por el abandono al que fue sometido todo el conjunto. Sólo la iglesia y una pequeña parte del antiguo edificio monástico se pudieron seguir usando. Una parte como parroquia y otra como palacio eclesiástico. Todos los bienes que poseía el Monasterio pasaron a poder del Estado. En 1900 se devolvió a los monjes la totalidad del Monasterio y finalmente en 1976 los últimos daños fueron reparados de acuerdo a sus antiguos planos. Dicho esto, y antes de cumplirse las nueve, el olor a las flores del jardín nos da la bienvenida. La Abadía a estas horas está en su plenitud de belleza. Su cúpula le roba el brillo al sol y su figura se impone sobre el pueblo atrapando la atención de los pocos que ya estamos deambulando por aquí. De punta a punta, la fachada parece estar en constante movimiento. Viendo las enormes estatuas de santos aferradas a la pared, me cuesta creer que jamás fueron reales… exagerando un poco, se podría decir que aquí mora, si no todo, casi todo el panteón celestial: San Antonio de Padua, San Sebastián, San Luis, San Marcos, San Lucas,

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