Viajes por Europa (IV parte). Alemania y Praga: Un viaje por el Patrimonio de la Humanidad 222 Pero éstos hay que descubrirlos, porque este pueblo invita a recorrerlo, a deambular por sus calles, a perderse en sus rincones, a contemplar sus distintos paisajes, a absorber su naturaleza, a mezclarse con su gente, a observar sus costumbres, simplemente, a disfrutar. El encanto de Mittenwald se desparrama en todo el centro histórico perfectamente conservado. El punto de encuentro es la Obermarkt. Aquí se concentra el andar cotidiano. En este punto confluyen la iglesia de San Pedro y San Pablo, la plazuela de la Iglesia con la estatua de Mathias Klotz (precursor en la construcción de violines en el pueblo), los niños, los ancianos, las canalizaciones de agua, las tiendecitas de recuerdos, las fuentes de agua potable, las cafeterías con sus terrazas repletas de turistas, los árboles, las flores. En la Obermarkt, en esta floreada y coqueta calle, los bancos de madera nos sirven para relajarnos por un momento y contemplar, deleitando a la vista, la enorme belleza que nos envuelve. El pueblo en sí es muy fácil de visitar, todo está muy concentrado, tanto que acabamos encontrando más o menos a los mismos allá por donde vamos. Lo mejor es olvidarte de las guías y de las recomendaciones que la oficina de turismo proporciona en un folleto inglés. Si nos permitís un consejo, sumergíos en sus calles y callejones, algunos tan pintorescos como el Ballenhausgasse, situado detrás de la iglesia. En él se encuentra el Museo de los instrumentos de cuerda. Disfrutad de lo más bello de esta callejuela: las fachadas de las casas las cuales lucen esplendorosas pinturas policromadas con escenas religiosas y de la vida local. Por momentos, con el tañido de las campanas de la iglesia, las escenas pintadas parecen adquirir movimiento, vida propia. Una maravilla. Lo dicho, patead la ciudad a vuestro aire, es como mejor se disfruta.
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