Viajes por Europa (IV parte). Alemania y Praga: Un viaje por el Patrimonio de la Humanidad 240 Atravesando las pobladas callejuelas del casco histórico, llegamos a la pomposamente llamada "Pequeña Venecia", un antiguo barrio de pescadores en el que se han restaurado minuciosamente todas y cada una de las antiguas casas de entramado que datan de la edad media. La decoración de las diminutas casas, junto a sus balcones y sus cuidados jardines donde pueden verse los amarres para las embarcaciones, forman un romántico y espectacular conjunto. Con la “Pequeña Venecia” como fondo, durante el festival Sandkerwa se organiza todos los meses de agosto el súmmum de las fiestas de Bamberg. Sobre el Regnitz se escenifica el tradicional “Fischerstechen”, un espectáculo medieval consistente en que dos lugareños vestidos como los pescadores de la Edad Media tienen que competir en dos pequeñas barcas de madera con remos. El juego consiste en, mientras uno dirige como puede la barca, el otro se afana, con la ayuda de un palo, en tirar al agua al pescador de la barca competidora. Varazo va, varazo viene. El primero en caer al agua, pierde. Jolgorio general. Otro de los momentos cumbre de las fiestas es la que por aquí llaman “La noche italiana”, en la que los botes y las dos góndolas de la ciudad surcan el río adornadas con farolillos por delante de las iluminadas casas del antiguo barrio de pescadores. El Sandkerwa finaliza la noche del lunes 24 a las 22:00h con un espectáculo de fuegos artificiales desde una de las colinas de la ciudad. Una vez cargados de cerveza ahumada (para nuestro consumo en España, se entiende), nos dirigimos a la “Pequeña Venecia”, para disfrutar de las fiestas y porque mi hijo es una máquina de comer. Está en edad de ello. Cada tres horas suena la alarma del estómago de Javi. Su reloj biológico es tan preciso que cada 180 minutos, casi sin excepciones, necesita saciar el hambre que cíclicamente lo asalta. Yo, que no ando muy lejos de su necesidad, sólo necesito un pequeño empujón para zambullirme de lleno en el noble arte del yantar. Como Bamberg reúne todas las características apropiadas para saciar el apetito, allí acudimos, a orillas del Regnitz, frente a las pequeñas casitas de pescadores, a esos puestos de feria donde sirven unas deliciosas Currywurst con patatas y unas cervezas de medio litro que hacen de aquello lo más parecido a la famosa fiesta de Blas. En uno de esos puestos, pedimos el menú típico de las fiestas. Un larguirucho y escuálido anciano nos atiende con mimo. Se quiere hacer entender al ver que nos explicamos más con los gestos que con las palabras. Sobre su gran bigote blanco lleva el cansancio de la vida. Va escanciando cada jarra de forma parsimoniosa, recreándose en cada vertido, como si intuyese que ya le queda poco y en realidad, lo que escancia es su propio agotamiento, el de su vida, o al menos eso es lo que parece decirme cuando al servirme las jarras de cerveza, cruzamos las miradas. La mayoría de los aquí presentes beben cerveza, y otros, los menos, Coca-Cola y otros refrescos. De cuando en cuando eructan porque así se expulsan por estos lares los malos espíritus, los pecados y sobre todo los gases. Dialogan en voz alta, valientes, sin importar si son escuchados por el resto de que aquí estamos, porque en ese momento hablan directamente de tu a tu, con absoluta convicción, a sus colegas de tertulia. Mientras, otros a su lado beben, saltan, bailan, se toman el pelo, brindan y continúan bebiendo como si fuese gratis: juerga, juerga y más juerga. Y nosotros terminamos uniéndonos a sus coros y a su alegría.
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