Viajes por Europa (IV parte). Alemania y Praga: Un viaje por el Patrimonio de la Humanidad 94 Quedlinburg Es viernes y amanece en Quedlinburg. La puerta y las ventanas de nuestra Challenger ya no pueden contener al mañanero y característico olor a café que se extiende hacia las autocaravanas vecinas. Nuestros vecinos alemanes miran con envidia, pero ellos ya han desayunado hace bastante tiempo. Aun con legañas en los ojos, y sincronizados para cumplir con el rito del desayuno, cada uno elegimos en la mesa nuestro sitio de siempre. Mientras la taza vaporea perfume de café, echo con mimo el azúcar, mojo una galleta integral y me recreo con el olor del croissant adornado con mermelada de fresa. Mi boca acaricia la taza y se vuelve dulce por momentos. ¡¡¡Qué gula, Dios!!! Poco a poco, el salón de la autocaravana se va transformando en un gran comedor familiar, donde los tres compartimos, entre amenas charlas o encendidos debates, las primeras novedades del recién nacido día. Javi a lo suyo, siempre queriendo llevar la razón de que Nadal es mejor que Federer. Inma a lo suyo, quiere hacernos creer que debemos comer menos dulces. Yo a lo mío, les doy la razón a los dos, aunque crea que no la lleven, así no discutimos. Mientras tanto, afuera, nuestros vecinos a paso lento aprovechan la brisa matutina y se ensamblan con naturalidad al fresco paisaje de la ciudad. Con sigilo se apropian de unas calles que despiertan con 15 heladores grados de temperatura. Es viernes y el día comienza en Quedlinburg. Por cierto, y antes de que se me olvide, no hagáis caso a la indicación que hay en el posted de luz de 1€/6 horas, en realidad a nosotros nos ha durado la mitad de tiempo, tenedlo en cuenta a la hora de alimentar de euros la maquinita. Cargados con nuestras guías y cámaras de fotos, salimos de la autocaravana con la bendición de la señora Vicky, nuestra simpatiquísima vecina alemana que nos ha proporcionado planos e información de la ciudad. Con el sabor de boca de las ricas galletitas de mantequilla que nos ofrece para reponer fuerzas, salimos del parking sintiendo el aire fresco de la mañana. Presidida por un castillo medieval, perfectamente ideado para el comienzo de una aventura de héroes y dragones, nos adentramos en la explosión de frescura de Quedlinburg, una ciudad que posee más de 770 edificios históricos, motivo por el cual en 1994 la UNESCO la incluyó dentro de su catálogo de ciudades Patrimonio Cultural de la Humanidad. En poco menos de diez minutos, y atravesando las calles adoquinadas del centro, llegamos a una de las calles principales que desembocan en la Marktplatz. Mientras nos aproximamos a ella, nos da la sensación de que este es un pueblo de ambiente tranquilo, contagioso. Llegas y no quieres irte. Es un lugar increíble, lleno de vida. Sus calles angostas acompañan el típico estilo alemán de casas de entramado de madera. Parece un lugar con cierta mística, tal inspirado por la serenidad que se percibe.
RkJQdWJsaXNoZXIy MTMxMjYy