[TD="class: fuente_nota"]
El 1 de abril de 1545, se descubren minas de plata en el “Cerro Rico”, cerca de Potosí, en Bolivia.
Al parecer fueron descubiertas, por un pastor quechua de forma casual al acampar al pie del cerro y encender una gran hoguera para abrigarse del frío. Por la mañana, encontró que, entre las brasas de la fogata, brillaban hilos de plata derretidos por el calor del fuego, pues el cerro era tan rico en vetas de plata que esta se encontraba a flor de tierra.
Tras conocerse el hallazgo, los españoles tomaron posesión del lugar y establecieron un poblado, que debido a la explotación minera, pronto hizo que creciera de manera asombrosa.
Al principio, las minas tenían poca producción por el bajo nivel técnico de la explotación, pero cuando se inició el procedimiento de la “amalgama”, que consistía en mezclar la plata y el mercurio para obtener plata purificada, los beneficios se dispararon.
Miguel de Cervantes en "Don Quijote de la Mancha" acuñó el dicho español “vale un Potosí”, para determinar que algo valía una fortuna.
La población indígena, sufrió una explotación infrahumana trabajando hasta 16 horas diarias, cavando túneles, extrayendo el metal a mano o a pico, con frecuentes derrumbes y otros accidentes, que ocasionaban la muerte de cientos de trabajadores.
Este trabajo - agotador y malsano - significaba para los hombres obligados a ir a la mina una condena de muerte a plazo fijo, siendo probable que hasta 15.000 indígenas muriesen en la explotación de la plata, entre los años 1545 y 1625.
Potosí, pese a hallarse a una gran altura, con falta de oxígeno, bajas temperaturas y ausencia de cultivos, se convirtió en una gran ciudad que, en 1580 tenía 120.000 habitantes, que la hacían la más grande de América, e incluso del imperio español.
Alrededor del 1650, las vetas empezaron a agotarse y Potosí entró en un progresivo retroceso no pudiendo ya recuperarse jamás, llegando a tener en 1825, tan solo 8.000 habitantes.