En el año de
mil novecientos uno
el día catorce de mayo
delante de la barra de Orio
apareció, a eso de las nueve,
una ballena.
Si bien era grande,
se movía ágilmente,
Ahí andaba a vueltas
yendo y viniendo
removiendo la arena al sumergirse,
pues tenía piojos
y trataba de deshacerse de ellos.
Enseguida que vieron
que así andaba
fueron en busca
de las traineras,
de arpón, dinamita y sogas.
Para traerlo rápido
no era gente adormecida.
Fueron cinco traineras
cada una con su patrón.
Con hombres adiestrados
y fornidos.
Con Manuel Olaizola, Loidi,
Uranga, Atxaga y Manterola.
Los saltos y gritos que daba la ballena
eran inmensos y temibles
sin que les amedrentaran
aquellos riesgos
la mataron con el arpón.
Ay de lo que allí sucedió.
Rodeando a la ballena
cinco chalupas.
Dura pelea la que libraron
aquellos hombres.
Cuando la vieron
muerta o ahogada
desde tierra
se oyeron vivas y aplausos.
De largo doce metros,
la cintura, diez de grueso.
La pala de la cola cuatro de ancho
a los lados, dos palas.
En los labios, las barbas
tenía en dos hileras;
tan bien ordenadas
como un peine.
Mil doscientas arrobas
tenía el cuerpo.
Otras doscientas la lengua
y el contenido de las tripas,
por falta de comer
no estaba perdida.
A seis pesetas por barril fue vendida.
He contado lo que ocurrió
en favor de la verdad.
Preguntad a la gente
si no fue así.
Estamos satisfechos
de corazón.
Decid sin miedo
vivan los oriotarras.