Alemania y Praga, un viaje por el patrimonio de la humanidad

Viajes por Europa (IV parte). Alemania y Praga: Un viaje por el Patrimonio de la Humanidad 134 Hradčany (Barrio del Castillo) Si en alguna ciudad se basó la idea del Castillo de Drácula, esta fue Praga. Dejémonos de Transilvania ni de niño muerto. Me imagino esta parte de la ciudad en una noche de luna llena y la atmósfera debe ser vampiresca. Da mucho “yuyu”, palabra. Situado en la parte más alta de Praga, es todo un símbolo de la ciudad. Lleva en pie desde el siglo IX y es el castillo antiguo más grande del mundo. Las impresionantes dimensiones del recinto son tales que en su interior se podrían albergar siete campos de fútbol. Es tan grande que las entradas son válidas para tres días, y se necesitan dos para ver lo más importante. Nosotros no vamos a estar tanto tiempo. Es una primera toma de contacto y sólo veremos de pasada lo típico que ve una excursión de japoneses, es decir, casi nada, pero prometemos hacer una visita más extensa en una futura ocasión. Para ver las calles que vertebran el Barrio del Castillo, la entrada es gratuita, al menos a estas horas. Desconozco si durante el resto del día también lo es, pero lo cierto es que durante nuestra visita no nos cobran por entrar. El Castillo es una pequeña ciudad en sí misma tras las murallas que lo rodean. Iglesia, capilla, palacio, basílica, monasterio, catedral, casas señoriales, callejones con encanto, torres, jardines… Todo lo que necesita una ciudad, está aquí. Una vez dentro del recinto, bajando la colina desde el monasterio de San Jorge, se llega a la calle más visitada de Praga, el Callejón del Oro, una verdadera judería medieval cuyas casas parecen venirse abajo de un momento a otro. Deteneos sin prisa a contemplar este auténtico rincón de cuento de hadas poblado de casitas de juguete levantadas en el siglo XVI que, según cuenta la leyenda, habitaban los alquimistas que trajo a la corte Rodolfo II de Habsburgo para producir oro para la Casa Real. Los reunió aquí para vigilarlos, no fuera que alguno diese con la ansiada fórmula y se escapara con ella. Debía ser algo así como la fórmula de la Coca-Cola. Este Callejón del Oro, el de los alquimistas, el de los orfebres, se conserva hasta hoy en perfecto estado de revista. Las minúsculas habitaciones que forman las casas, fueron la magia que llevaron a Frank Kafka a vivir en ellas en 1916 y a escribir su novela El Castillo. Según he leído en una guía de Praga, él mismo las describió como “…un revoltijo de casuchas miserables recostadas unas sobre otras...” La pequeña casita donde vivió Kafka lleva el número 22 y ahora se ha convertido en una librería donde se pueden comprar libros en español sobre leyendas judías, o libros de recetas típicas de la cocina checa. Aunque la inmensa mayoría de los que tiene a la venta son obras de este enrevesado y “Kafkiano” personaje. Me atrevería a decir que más que una librería es un decorado para hacerse una foto, y nosotros no somos la excepción. A la salida del callejón hay otra visita inexcusable y que se ha dado a conocer hace poco tiempo, la Torre de Dalibor, a la que se accede traspasando la puerta del número 12 al final del callejón. Esta Torre, también llamada Torre Negra, adquirió ese color por un incendio sufrido en 1538. A estas horas de la tarde su acceso está cerrado. Como hemos dicho antes, dentro del castillo hay hasta una catedral, la de San Vito, a la cual entramos por una puerta lateral. A estas horas la entrada principal está cerrada y esta puerta sólo se usa para salir, pero nosotros hacemos como que no nos damos cuenta y pasamos sin que nadie nos pregunte dónde vamos. Como nadie nos sale al paso hacemos la visita como si hubiésemos pagado en la mismísima taquilla.

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