Alemania y Praga, un viaje por el patrimonio de la humanidad

Viajes por Europa (IV parte). Alemania y Praga: Un viaje por el Patrimonio de la Humanidad 138 Bajando por la calle Mostecká, desembocamos de nuevo en el Puente Carlos. Con la vista puesta en el horizonte, el sol, un sol lleno de incandescencias, va descendiendo, las luces del otro lado del río le van ganando la batalla y poco a poco se va diluyendo. El tiempo se está poniendo a este lado del Moldava. En el Puente Carlos, los músicos distraen el silencio con sus violines y trompetas, contribuyendo a que la escena adquiera ese ambiente bohemio que tiene esta ciudad al anochecer. Es entonces cuando Praga aparece de nuevo, con su misterio de calles sombrías y casas de un color terroso fascinante, tan fascinante como las luces que van iluminando los impresionantes monumentos de una ciudad junto a un río al que llaman Moldava. A esta hora, la mejor hora para pasear por el Puente Carlos, la hora en la que cae la noche, casi todos los visitantes que lo abarrotaron durante el día se van retirando a sus aposentos y una calma chicha comienza a apoderarse del lugar. Hasta el caudaloso Moldava parece envuelto en una aureola de misterio y romanticismo, acentuado por el reflejo de las luces que iluminan el puente sobre sus tranquilas aguas. Y ambas Pragas, la de Malá Strana y la de Staré Město, esas que el Puente Carlos une desde hace más de 600 años, compiten con todas sus armas de seducción intentando atraer al agotado visitante que lo tiene realmente difícil para enamorarse de tan solo una de ellas. Y nosotros, que somos de corazón frágil, luchamos por ver cuál de las dos nos enamora más, y llegamos a la conclusión que, en este caso, y sólo en este, un trío no estaría del todo mal visto, al fin y al cabo, y como dijo el histriónico Raphael, “…que sabe nadie de mis placeres y mis íntimos deseos…”

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