Alemania y Praga, un viaje por el patrimonio de la humanidad

Viajes por Europa (IV parte). Alemania y Praga: Un viaje por el Patrimonio de la Humanidad 41 Es un lugar de cuentos que guarda un toque de misticismo. Al llegar a él uno se pregunta: ¿qué hace este pueblo perdido por aquí? Cual bodegón disgregado de una pintura al óleo, las calles de Monschau se entrelazan bajo la luz plomiza de la mañana con los cientos de turistas que la visitan a diario. Unas calles que no dan tregua e impulsan a soñar, empujan a imaginar. El leve sonido de las hojas de los árboles movidas por la brisa y las gotas de agua, se hacen perceptibles en este lugar especial, tan especial, que por momentos no parece ser real ni parte del enmarañado y hastiado mundo en el que vivimos. El pausado trote de un caballo activa nuestros oídos y enmarca este paisaje surgido de un pincel de magia, del lápiz de la paz. En el casco histórico de Monschau apenas hay automóviles, y eso es una seña de identidad, un proceso necesario para conservar intacto el encanto de esta ciudad. Cualquier bocado sabe a gloria paseando bajo un paraguas a la orilla de un río que parte en dos la villa. No dejéis de pasear por los alrededores de la Marktplatz, es de un encanto inolvidable. Y es que no hay necesidad de recurrir a ningún lujo más, porque no hay más lujo que disfrutar de su impetuosa calma y de su infinito bienestar. Podría decirse que nos sentimos en lugar íntimo, sin ninguna intimidad. Monschau, cuyo núcleo histórico se alinea a ambos lados del río Rur, se nos muestra tal y como estaba hace 3oo años, no en vano se libró de la devastadora Segunda Guerra Mundial. Las calles estrechas y sus bellísimas casas de entramado de madera que parecen que vayan a caerse al río, se conservan intactas y en un estado inmejorable. Los paisajes, la espectacularidad del valle que abraza al pueblo y la sencillez de sus gentes nos enamoran al instante.

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