Admiro profundamente a quienes tienen a su cargo un hijo con alguna discapacidad, de alguna forma invalidante para hacer vida propia y autónoma.
Lo vivo de cerca con amistades en esas situaciones.
He aprendido, que lo que para mi sería algo muy dificil de llevar, sobre todo pensando en su futuro, una vez que por ley de vida me tuviera que marchar; para estas personas, no deja de ser una preocupación por la atención futura de sus seres pero no constituye una obsesión diaria.
Viven el día a día, dándo todo su amor y recibiéndolo de ellos los mismo. Buscan soluciones para que cuando ellos falten físicamente; la vida y la atención a sus seres queridos, quede asegurada.
No hay nada más gratificante que el cariño y la bondad que estos seres son capaces de transmitir y dar, que hacen olvidar con creces, los malos momentos, que en cada caso son distintos pero siempre existen.
Disfruto enormente cuando puedo compartir con ellos, actividades en las que puedo participar; y cuando finalizan y vuelvo a mi rutina diaria, recuerdo sus nombres, sus abrazos, sus ocurrencias, alguna de sus trastadas y trato de ponerme en la piel de sus progenitores; y me siento inútil, cobarde; incapaz de poder generar esa fuerza diaria y constante que ellos mantienen en cada instante para atenderles, quererles, comprenderles y estar a su lado.
Comparado con esos padres, me doy cuenta de, que no puedo hablar de sacrificios o problemas, que no les llego, ni a la altura de sus zapatos.
Incluyo en lo anterior a aquellas personas que libremente dedican su vida a hacerse cargo de seres con estos problemas; bien adoptándolos, siendo familias de acogida y ofreciéndose a llevar una vida llena de responsabilidades, con seres, con quienes biológicamente no les une ninguna relación.
No puedo ponerme a vuestra altura, sois personas de otra pasta, con mucha mayor calidad humana que la mía.