Ilis
Participativ@
BASTA YA
Paisaje espléndido, diversidad ecológica y trascendencia histórica reflejada en su patrimonio monumental definen este valle en el que la presencia humana, convive en armonía con el entorno natural.
El paisaje de Urdaibai es una completa muestra de los hambientes típicos de la vertiente atlántica del País Vasco. En apenas 30 km de longitud, el laberinto de las montañas se funde con el océano en una amplia ría de amarillos arenales y abruptos acantilados.
En las montañas, las tierras plantadas de pinos, se alternan con robledales y alisedas, y con los encinares más extensos del país.
Las tierras más bajas están salpicadas por los caseríos que mantienen vigente en el paisaje lo que desde siempre fue la forma de vida típica vasca: la agricultura y la ganadería en régimen de autoabastecimiento.
En las marismas del estuario y en los “polderes” donde pasta el ganado y los “baserritarras” cultivan hortalizas y legumbres, las aves migratorias encuentran refugio y alimento.
Hay varios puntos para gozar del contraste entre las tierras de verdor permanente y un mar bravío de azules siempre distintos: el mirador de Gibele, entre Bermeo y el cabo Matxitxako; la Atalaya de Mundaka; o el mirador de Portuondo, entre Mondaka y Sukarrieta, ofrecen magnificas panorámicas. Pero ninguna supera a la vista que se contempla desde la cima del monte Atxerre, coronado por la ermita de San Pedro, desde donde se domina toda la bocana del estuario. A sus píes, el Cantábrico aparece como un espejo que se adentra tierra adentro con la isla de Izaro, donde únicamente las gaviotas sobreviven a la furia del mar.
En el interior de esta comarca abierta al mar, existen valles cerrados como el de Oma, aislado entre montañas y donde hace 30.000 años artistas decoraron las paredes de la cueva de Santimamiñe, desde hace unas décadas los troncos de los pinos son decorados por otro artista, el escultor Ibarrola.
En la campiña sobresalen dos antiguas poblaciones: Gernika y Bermeo, que concentran la mayoría de los habitantes del valle. Una y otra mantienen vocaciones distintas desde sus orígenes. Gernika, centro del interior de la comarca, siempre prospero como centro comercial. Conserva orgullosa la “Casa de Juntas”, sede de las Juntas Generales de Bizkaia y ante su fachada el roble venerado como heredero de la estirpe que presenció el juramento de respeto a los Fueros efectuado por los sucesivos Señores de Bizkaia.
Por el contrario, Bermeo, situada al abrigo del cabo Matxitxako, se volcó en los siete mares con sus barcos. La ciudad ha crecido entre factorías conserveras, con sus casas apiñadas sobre el puerto.
El vecino puerto de Elantxobe mantiene intacto el caserío escalonado en la ladera del peñón de Ogoño. Su puerto apenas ha cambiado desde los tiempos en que desde el partían las traineras a la caza de la ballena, tan pronto como se avistaban desde lo alto del peñón.
Los que visiten la comarca de Urdaibai no deberían perderse los pescados frescos o las carnes de sus vacas frisonas con el acompañamiento de las célebres alubias de Gernika.
Por la vida, Ilis
Paisaje espléndido, diversidad ecológica y trascendencia histórica reflejada en su patrimonio monumental definen este valle en el que la presencia humana, convive en armonía con el entorno natural.
El paisaje de Urdaibai es una completa muestra de los hambientes típicos de la vertiente atlántica del País Vasco. En apenas 30 km de longitud, el laberinto de las montañas se funde con el océano en una amplia ría de amarillos arenales y abruptos acantilados.
En las montañas, las tierras plantadas de pinos, se alternan con robledales y alisedas, y con los encinares más extensos del país.
Las tierras más bajas están salpicadas por los caseríos que mantienen vigente en el paisaje lo que desde siempre fue la forma de vida típica vasca: la agricultura y la ganadería en régimen de autoabastecimiento.
En las marismas del estuario y en los “polderes” donde pasta el ganado y los “baserritarras” cultivan hortalizas y legumbres, las aves migratorias encuentran refugio y alimento.
Hay varios puntos para gozar del contraste entre las tierras de verdor permanente y un mar bravío de azules siempre distintos: el mirador de Gibele, entre Bermeo y el cabo Matxitxako; la Atalaya de Mundaka; o el mirador de Portuondo, entre Mondaka y Sukarrieta, ofrecen magnificas panorámicas. Pero ninguna supera a la vista que se contempla desde la cima del monte Atxerre, coronado por la ermita de San Pedro, desde donde se domina toda la bocana del estuario. A sus píes, el Cantábrico aparece como un espejo que se adentra tierra adentro con la isla de Izaro, donde únicamente las gaviotas sobreviven a la furia del mar.
En el interior de esta comarca abierta al mar, existen valles cerrados como el de Oma, aislado entre montañas y donde hace 30.000 años artistas decoraron las paredes de la cueva de Santimamiñe, desde hace unas décadas los troncos de los pinos son decorados por otro artista, el escultor Ibarrola.
En la campiña sobresalen dos antiguas poblaciones: Gernika y Bermeo, que concentran la mayoría de los habitantes del valle. Una y otra mantienen vocaciones distintas desde sus orígenes. Gernika, centro del interior de la comarca, siempre prospero como centro comercial. Conserva orgullosa la “Casa de Juntas”, sede de las Juntas Generales de Bizkaia y ante su fachada el roble venerado como heredero de la estirpe que presenció el juramento de respeto a los Fueros efectuado por los sucesivos Señores de Bizkaia.
Por el contrario, Bermeo, situada al abrigo del cabo Matxitxako, se volcó en los siete mares con sus barcos. La ciudad ha crecido entre factorías conserveras, con sus casas apiñadas sobre el puerto.
El vecino puerto de Elantxobe mantiene intacto el caserío escalonado en la ladera del peñón de Ogoño. Su puerto apenas ha cambiado desde los tiempos en que desde el partían las traineras a la caza de la ballena, tan pronto como se avistaban desde lo alto del peñón.
Los que visiten la comarca de Urdaibai no deberían perderse los pescados frescos o las carnes de sus vacas frisonas con el acompañamiento de las célebres alubias de Gernika.
Por la vida, Ilis
