Webcampista.com

mucho más que un foro

Un paseo por el sur de huelva

Ilis

Participativ@
BASTA YA

No hay sombras. Ni cerros ni lomas que arruguen el paisaje. A medio día, el sol derrama sus luces sobre la ancha llanura onubense. El Tinto, un río ferroso y mineral, ciñe la ciudadela mora de Niebla, encaramada a un promontorio desde el que se advierten desabrígadas marismas. Aquí empieza una ruta hilada por las texturas azafranadas del río minero y jalonada de sitios históricos que pateó un Colón ansioso de aventuras oceánicas.

Niebla atesora un cofre de piedra y barro. La ciudad queda dentro, aprisionada por una soberbia muralla de rojizo tapial. En Andalucía no hay otra igual: posee cuarenta y seis esbeltos torreones y cinco ornamentadas puertas de principios del siglo XII, cuando fue gobernada por las legiones almorávides. La puerta del Buey es una de las más notables y por ella entró Alfonso X cuando conquistó la ciudad. De la misma época es la alcazaba árabe, después fortaleza cristiana.

Niebla no puede sustraerse a su carácter señorial y nobiliario. Los años dejaron en ella casas y palacetes con escudos de hidalgas familias. Un barullo de calles y plazuelas blancas conduce hasta la iglesia de Santa María de la Granada, construida sobre una antigua mezquita.

Para llegar a Moguer desde Niebla, no hay más que dejarse acompañar por las templanzas del río Tinto. Hoy, por las calles encaladas del pueblo ya no pasa Platero, pero la huella de Juan Ramón Jiménez aún pervive, y los viajeros llegan a Moguer con libros de poesía bajo el brazo buscando el museo donde se guardan sus libros y objetos personales.

Por la mañana recorren la ciudad vieja, perfumada de geranios y jazmines. Por la tarde se sientan en los bancos de los paseos y recitan sonetos en voz baja. Lo hacen a pocos metros del convento de Santa Clara, uno de los edificios más bellos de la ruta. Aquí recibió Colón días antes de embarcarse. La calidez del templo, las armoniosas proporciones, sus claustros y azulejos fueron el modelo para las misiones católicas en el nuevo continente.

El océano está próximo. Se intuye en los olores, en las brisas que llegan de poniente. El Tinto se despliega con calma por marismas de jubiloso añil. Palos de la Frontera muestra calles aseadas, decoradas con palmeras de generosas sombras. Por sus bulliciosas plazas pasean hombres de mar que narran al foráneo viejas historias del ilustre Martín Alonso Pinzón, aquel capitán que reclutó marinos para la empresa colombina. Su casa-museo recuerda los preparativos de aquella aventura. Cerca de ella está la iglesia de San Jorge, donde se leyó la orden de los Reyes Católicos que facultaba a Colón para emprender su viaje atlántico.

A partir de aquí, todo el itinerario recuerda al almirante de la mar oceana . Los pasos nos llevaran al monasterio de La Rábida, el convento franciscano del siglo XV que acogió a Colón inquieto ante su inminente viaje. La celda de las conferencias rememora las conversaciones que el marino mantuvo con los frailes del santuario antes de su partida, al igual que lo hace un fresco del pintor Vázquez Díaz.

Los silenciosos patios, los cuidados jardines y los paseos que circundan el templo rezuman paz y sosiego. En el muelle próximo permanecen atracadas la Santa María, la Pinta y la Niña; no las autenticas, claro, sino fieles replicas de las naos que surcaron el Atlántico. Los camarotes, si son idénticos a los que conoció el almirante.

No hay duda. Huelva fue la tierra más implicada en la empresa colombina. Así quedó presente en el Monumento a la Fe Descubridora, una talla de piedra esculpida en 1929 por Gerrude Whitney. La mole se yergue a la desembocadura del río Odiel, donde sus aguas se confunden con las del Tinto buscando el cercano océano después de su paso por las marismas que llevan su nombre y donde son acogidos más de dos mil flamencos en invierno.

Todo aquí recuerda aquel 3 de agosto de 1492 en que tres frágiles naos zarparon de la ría de Palos en busca de un sueño.

El mar o la mar, que de las dos maneras llaman, los lugareños, a ese atlántico que suministra las mejores delicias de la comarca. Merece la pena probar los chocos con patatas, la caballa con tomate, las gambas, los langostinos blancos y los vinos de El Condado.

Por la vida, Ilis
 
J..er, Ilis soy de Huelva y me has descrito la tierra donde habito que ni yo mismo me la conocia y no por que no sea cierto todo lo que dices ¡¡¡QUE LO ES!!! sino por la forma en la que lo has hecho. ¡¡¡¡QUE ARTE!!! Como te inspiró Platero.
La Dipitación de Huelva y los Ayuntamientos mencionados deberían nombrarte embajador de estas tierras.
MIS FELICITACIONES.
Un saludo desde Huelva
 
J..er, Ilis soy de Huelva y me has descrito la tierra donde habito que ni yo mismo me la conocia y no por que no sea cierto todo lo que dices ¡¡¡QUE LO ES!!! sino por la forma en la que lo has hecho. ¡¡¡¡QUE ARTE!!! Como te inspiró Platero.
La Dipitación de Huelva y los Ayuntamientos mencionados deberían nombrarte embajador de estas tierras.
MIS FELICITACIONES.
Un saludo desde Huelva

BASTA YA

ONUBAAA, gracias a ti por los alagos. Si hay nombramiento y lleva contrapestación ......."pos ya repartiremó".

Por la vida, ilis
 
Impresionante.

Fantastica descipcion de una parte de la antigua Onuba, tierra de la baja Andalucia.
 
hola me gustaria q me dijeran un sitio para acampar con mi caravana. gracias anticipadas javier.

BASTA YA

JAVIEEEER, siento no poder ayurdarte. Nosotros viajamos con autocaravana y no solemos usar camping.

Quizá los compañeros residentes si puedan.

Por la vida, ilis
 
BASTA YA

No hay sombras. Ni cerros ni lomas que arruguen el paisaje. A medio día, el sol derrama sus luces sobre la ancha llanura onubense. El Tinto, un río ferroso y mineral, ciñe la ciudadela mora de Niebla, encaramada a un promontorio desde el que se advierten desabrígadas marismas. Aquí empieza una ruta hilada por las texturas azafranadas del río minero y jalonada de sitios históricos que pateó un Colón ansioso de aventuras oceánicas.

Niebla atesora un cofre de piedra y barro. La ciudad queda dentro, aprisionada por una soberbia muralla de rojizo tapial. En Andalucía no hay otra igual: posee cuarenta y seis esbeltos torreones y cinco ornamentadas puertas de principios del siglo XII, cuando fue gobernada por las legiones almorávides. La puerta del Buey es una de las más notables y por ella entró Alfonso X cuando conquistó la ciudad. De la misma época es la alcazaba árabe, después fortaleza cristiana.

Niebla no puede sustraerse a su carácter señorial y nobiliario. Los años dejaron en ella casas y palacetes con escudos de hidalgas familias. Un barullo de calles y plazuelas blancas conduce hasta la iglesia de Santa María de la Granada, construida sobre una antigua mezquita.

Para llegar a Moguer desde Niebla, no hay más que dejarse acompañar por las templanzas del río Tinto. Hoy, por las calles encaladas del pueblo ya no pasa Platero, pero la huella de Juan Ramón Jiménez aún pervive, y los viajeros llegan a Moguer con libros de poesía bajo el brazo buscando el museo donde se guardan sus libros y objetos personales.

Por la mañana recorren la ciudad vieja, perfumada de geranios y jazmines. Por la tarde se sientan en los bancos de los paseos y recitan sonetos en voz baja. Lo hacen a pocos metros del convento de Santa Clara, uno de los edificios más bellos de la ruta. Aquí recibió Colón días antes de embarcarse. La calidez del templo, las armoniosas proporciones, sus claustros y azulejos fueron el modelo para las misiones católicas en el nuevo continente.

El océano está próximo. Se intuye en los olores, en las brisas que llegan de poniente. El Tinto se despliega con calma por marismas de jubiloso añil. Palos de la Frontera muestra calles aseadas, decoradas con palmeras de generosas sombras. Por sus bulliciosas plazas pasean hombres de mar que narran al foráneo viejas historias del ilustre Martín Alonso Pinzón, aquel capitán que reclutó marinos para la empresa colombina. Su casa-museo recuerda los preparativos de aquella aventura. Cerca de ella está la iglesia de San Jorge, donde se leyó la orden de los Reyes Católicos que facultaba a Colón para emprender su viaje atlántico.

A partir de aquí, todo el itinerario recuerda al almirante de la mar oceana . Los pasos nos llevaran al monasterio de La Rábida, el convento franciscano del siglo XV que acogió a Colón inquieto ante su inminente viaje. La celda de las conferencias rememora las conversaciones que el marino mantuvo con los frailes del santuario antes de su partida, al igual que lo hace un fresco del pintor Vázquez Díaz.

Los silenciosos patios, los cuidados jardines y los paseos que circundan el templo rezuman paz y sosiego. En el muelle próximo permanecen atracadas la Santa María, la Pinta y la Niña; no las autenticas, claro, sino fieles replicas de las naos que surcaron el Atlántico. Los camarotes, si son idénticos a los que conoció el almirante.

No hay duda. Huelva fue la tierra más implicada en la empresa colombina. Así quedó presente en el Monumento a la Fe Descubridora, una talla de piedra esculpida en 1929 por Gerrude Whitney. La mole se yergue a la desembocadura del río Odiel, donde sus aguas se confunden con las del Tinto buscando el cercano océano después de su paso por las marismas que llevan su nombre y donde son acogidos más de dos mil flamencos en invierno.

Todo aquí recuerda aquel 3 de agosto de 1492 en que tres frágiles naos zarparon de la ría de Palos en busca de un sueño.

El mar o la mar, que de las dos maneras llaman, los lugareños, a ese atlántico que suministra las mejores delicias de la comarca. Merece la pena probar los chocos con patatas, la caballa con tomate, las gambas, los langostinos blancos y los vinos de El Condado.

Por la vida, Ilis
Mi admiracion y mi gratitud,por lo bien que has descrito esta mi bonita tierra,ni yo mismo lo hubiera hecho mejor (por mi nich)ja ja ja,mi mas sincera felicitacion
 
Mi admiracion y mi gratitud,por lo bien que has descrito esta mi bonita tierra,ni yo mismo lo hubiera hecho mejor (por mi nich)ja ja ja,mi mas sincera felicitacion

BASTA YA

COLOOON, gracias a usia almirante de la mar ocena.

Por la vida, ilis
 
Arriba
© 2004-2024 Webcampista.com