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5º Día.- Lunes 8 de diciembre.-
Son las 06:00 h., aún es noche cerrada, nos dan unos golpecitos en la puerta
de la auto y aunque no entendemos lo que nos dice, sabemos que se trata del
camellero que trabaja para el albergue. Nos abrigamos bien, salimos al exterior
y la oscuridad es total; ayudándonos de una pequeña linterna salimos del
recinto y llegamos hasta donde se encuentra nuestro guía con los dos animales,
enormes, feos, con ojos de mirada bobalicona y aparente mal genio. Sin
palabras, nos indica por señas que hay que subirse a las monturas y agarrarse
bien. La sensación de inseguridad es grande, por la altura, por el bamboleo, la
atención fija en el asidero para las manos y procurando apretar bien las rodillas
para no caer, todo ello unido a la oscuridad que nos envuelve, hacen que los
primeros minutos del paseo se conviertan en un continuo preguntarse: “¿Quién
me mandará a mí meterme en esto?. Al cabo de media hora ya le vas cogiendo
el tranquillo que no el gusto, y te relajas un poco.
Tras una hora de viaje, llegamos al pie de una duna enorme, dejamos los
camellos y subimos a pie el último trecho. El camellero nos indica la dirección
por donde aparecerá el sol y satisfecho con la primera parte de su cometido, se
envuelve en su chilaba y se tumba en la arena, a cierta distancia de nosotros.
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