mar e inevitablemente empezamos a saborear la magia de esa
postal. Nos instalamos en una explanada que sirve de parking para
las cientos de autocaravanas y caravanas que nos encontramos allí.
Una imagen que, personalmente, me da seguridad ya que no
somos los únicos “locos” (esto me lo dijo mucha gente cuando
preparábamos el viaje) que estamos aquí.
Asilah es una tranquila ciudad costera muy similar a las
andaluzas, aunque rodeada por murallas, que se puede visitar
paseando agradablemente en dos horas. Sus casas blancas y con
diferentes tonalidades de azules y verdes nos recuerdan a
Santorini. Las pequeñas tiendecitas con zapatillas, vestidos y dulces
pasteles son un efectivo reclamo para el divertido arte del regateo,
en el que ya hacemos nuestros primeros pinitos.
En ningún momento nos sentimos inseguros y nuestros
recelos primerizos empiezan a disiparse con total naturalidad.
Después de un breve paseo, volvemos para almorzar y dejar que
los conductores echen una siestecita porque nos queda un largo
camino por recorrer. Nosotras, con los niños, nos vamos a echar un
último vistazo a este agradable rincón de Marruecos. Una vez más
comprobamos y, porqué no decirlo, nos asombramos, con la
amabilidad de la gente y la especial atención que dedican a los
niños más pequeños. Nuestros absurdos temores tercermundistas
se caen poco a poco. Es nuestro primer día aquí y Antonio, mi
marido y “hueso duro de roer”, ya se siente como en casa (eso sí
que es un milagro! ¿De Alá?) A las 16,45 h. cogemos la autopista
tras haber pagado 10 dh. (aprox. 1 euro) por el estacionamiento de
los tres durante tres horas.
Una observación curiosa, supongo: durante todo nuestro
paseo por el pueblo vemos a muchos hombres (no mujeres)
sentados, sin hacer nada, sólo allí, mirando. No les vemos trabajar
o hacer algo en particular, sólo están ahí. Más adelante
comprobaremos que esta estampa se repetiría más veces durante
el viaje. Sobre todo en las zonas rurales es frecuente ver a
muchísimos más hombres que mujeres en la calle.
Durante el trayecto por carretera, vemos muchos niños que
sonríen y nos saludan. El tiempo empieza a empeorar y la lluvia nos
acompaña débilmente. Decidimos parar a las 21,45 h. junto a un
bar a la salida del pueblo El Hajeb. La cena se convierte en uno de
los momentos más esperados del día, comentando nuestras
impresiones y constatando, sin lugar a dudas, que hacemos todos
una buena combinación. Pasamos la noche sin ningún problema.