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Nos despedimos después de tomar un té y charlar
animadamente con todo el personal que trabaja en el albergue.
Lucía y Jerónimo se comprometen con un chico joven a preguntar
por una beca que según les informó había pedido en Barcelona. Las
personas son muy amables, juegan y bromean continuamente con
las niñas. Pagamos 405 dh. por los servicios que he comentado
entre las tres familias. Nos vamos con una felicidad absoluta en
nuestros corazones.
Después de poco más de dos horas de haber emprendido el
camino, paramos a comer a un lado de la carretera que parece
desértico porque no divisamos ni casas ni persona alguna. Sacamos
nuestras mesas y de forma que aún no nos explicamos, pero que
no será la única vez que experimentemos en el viaje, aparecen
varios chavales de distintas edades. El número de chicos va
aumentando y a nosotros nos vuelve a resultar incómodo almorzar
delante de ellos, que nos piden con sus gestos y sus ojos. Les
damos sándwiches, zumos, panecillos y sacamos ropa y zapatos
para repartir. Aún así no se iban y seguían pidiéndonos, así que
incómodos, de verdad, nos metemos en nuestras autos para
descansar un poco y proseguir el viaje. Mientras los demás
duermen, Lucía y yo nos quedamos tomando un último té en mi
auto. No pasan ni dos minutos cuando vemos aparecer a una
señora con una bandeja grande y plateada que sostiene varios
vasos y una tetera. Lo coloca todo en la mesa que hemos dejado
fuera y sirve té, que nos ofrece con gestos amables. Lucía y yo no
olvidaremos jamás lo que vivimos a continuación porque,
realmente, fue toda una experiencia. Las dos nos mirábamos entre
sorprendidas y conscientes de la hospitalidad de esta señora que
nos ofrecía lo que tenía, suponíamos que en agradecimiento por la
ropa y el calzado o la comida que habíamos repartido a los
chiquillos. Sin mediar palabra pero a través de sonrisas y miradas
le agradecemos sinceramente el exquisito té que había compartido
con nosotras (exquisito de verdad, el mejor que he probado en
Marruecos). Lucía le da un vestido y la señora la toma de la mano,
haciéndonos gestos para que la acompañásemos (¿a dónde, si no
vemos nada, ni una casa ni nada?) Volvemos a mirarnos y
estábamos tan contentas de que nos estuviese pasando esto que
no tuvimos dudas y seguimos a la señora a través de la tierra
amarilla. Llegamos a una edificación plana, típica del lugar, que no
habíamos visto antes, la señora abrió la puerta y lo que pasó
dentro de esa casa fue la experiencia que más nos acercó a
Marruecos y a sus gentes de todo el viaje. Cuando entramos, nos
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