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Puesto que queríamos subir al Atomium
antes de que cerraran, unicamente nos
dedicamos a callejear por sus calles
principales, para ir a ver la grandísima
estatua del Manneken Pis, en la rue de
l’Etuve.
De camino, compramos, cómo no, un
gofre. Deciros que son iguales (al menos el
que probamos) que los de la marca
“Manneken pis” que hay en España y que
puedes encontrar, por ejemplo, en el
Carrefour.
Eso sí, las tiendas de chocolate belga hacen
las delicias de los más golosos, sobretodo
por sus fuentes de chocolate (literalmente
hablando, nada de exageraciones) que
puedes admirar a través de sus escaparates.
Eso sí, lo de meter el dedito, pues va a ser
que no. ¡Ay si nos llegan a dejar...!
En cuanto al Manneken Pis o niño
que orina, existen varias leyendas.
Una de ellas cuenta que se esculpió
en honor a un niño que, en el siglo
XV evitó que las tropas enemigas
volaran las murallas de la ciudad
gracias a que orinó encima de las
mechas de los explosivos y, por
tanto, no pudieron prenderse.
Por lo visto fue robada en varias
ocasiones y la última de ellas fue
encontrada hecha pedazos. Con
ellos esculpieron la que hoy se
conserva en el Museo de la Ciudad,
y que tiene una réplica en esta calle.
A la estatua la disfrazan de muchas
cosas diferentes, en función de un
programa que existe para ello. Por
ejemplo, los 7 y 8 de septiembre es
vestido con el traje de la muixeranga
de Algemesí.
Y no siempre orina agua, sino que,
dependiendo del acontecimiento,
llega a salir cerveza, vino o incluso
sidra, como ocurrió en el 2005.
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