Alemania y Praga, un viaje por el patrimonio de la humanidad

Viajes por Europa (IV parte). Alemania y Praga: Un viaje por el Patrimonio de la Humanidad 169 De camino por la ciudad, nos detenemos en una heladería de la Neupfarrplatz que quiero recordar se llama Gelimin, o algo así. Su escaparate haría las delicias de cualquier goloso que se precie. Me convenzo de que las heladerías son otra forma de conocer una ciudad y no tardamos mucho en pedirnos tres dobles de chocolate y nata que se han convertido en el gran descubrimiento gastronómico de la tarde. Lamiendo hasta el extremo tan reciente y dulce recuerdo, llegamos hasta la Catedral de San Pedro, con sus sublimes ventanas de cristal colorido, su portal románico y su torre de más de cien metros de altura. Una curiosidad que se me olvidaba. En la Neupfarrplatz, muy cerca de la heladería donde hemos comprado los maravillosos cucuruchos de chocolate y nata, hay una tienda de Zara. Si a alguno/a le sobran unos eurillos, ya sabe donde reponer su fondo de armario. Desde su interior, unos gritos de ¡Aúpa Atleti! llaman nuestra atención. Una pareja de españoles saludan a Javi que lleva la camiseta de Diego Forlán. Hay Atletistas hasta en el fin del mundo. Una última visita recomendable antes de volver a la orilla del Danubio es la Porta Praetoria, que junto a la Porta Nigra de Trier es considerado el monumento Romano más importante de Alemania, de hecho fue construida cerca del año 179 durante el imperio de Marco Aurelio. Ya ha llovido desde entonces, sobre todo aquí. Visto el monumento, volvemos al muelle del río. A estas horas ya sólo los barcos turísticos y los barcosmuseo atracan en él. El Historische Wurstküche está cerrando sus puertas por hoy y nos ha dejado con el mal sabor de boca de no probar sus especialidades. Sólo sirven a los que hay sentados en sus mesas. Mientras observamos las coloridas fachadas de las casas de la ribera, y cansados de tanto andar, hacemos una parada en un pequeño parque arbolado en la Thundorferstrasse. El lugar, sin ser portentoso, es todo un remanso de paz donde solo se escuchan los sonidos del agua chocando contras el muelle del Danubio. Aquí todo parece discurrir a un ritmo pausado, sin preocuparse en demasía de lo que sucede en el resto del mundo. Y aunque no nos suenan a nuevo estos colores, ni los sonidos, ni la paz, porque ya los vimos antes en muchos otros rincones de Alemania, no podemos evitar asombrarnos por este conjunto que parece un arco iris impoluto en el que los tejados inclinados y sus buhardillas se pelean por caer al Danubio, si es que alguna no lo ha hecho ya.

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