Dedalo
Mobilis in Mobili
La memez es de tal magnitud, que incluso El País tituló su información al respecto, sin ser crítica, con dosis de ironía: "El cuento de las hadas y los hados". Lo último de Bibiana Aido (y para estas cosas es sabido que el apoyo de José Luis Rodríguez Zapatero es absoluto) es dedicar el dinero público de un país arruinado y con cuatro millones de parados a editar 42.000 guías para aconsejar al profesorado vetar en las aulas infantiles a Blancanieves o la Cenicienta, alegando que transmiten un inadecuado reparto de los "roles" masculinos y femeninos.
No es memez, es ideología de género
Los calificativos para esta medida se agotan en cada foro que glosa la noticia, pero no conviene verlo sólo como una muestra más de la mediocridad y falta de sentido común de este Gobierno. Es más bien la parte chusca y patética de una estrategia que Jesús Trillo-Figueroa ha estudiado y descrito en La ideología de género (LibrosLibres), una obra imprescindible para comprender qué fines animan a Zapatero o Aido cuando plantean las llamadas "políticas de igualdad".
Trillo demuestra que de lo único de lo que no se trata en esas políticas es de "igualdad" entre hombres y mujeres, sino en la disolución de la mujer como una identidad específica. Al estudiar el pensamiento de las feministas radicales (entre las españolas, Celia Amorós y Alicia Miyares) se encuentra el sexo, como algo natural, disuelto en el género, como algo voluntario. Ser hombre o ser mujer no es una condición innata, sino un estereotipo, y como tal debe ser eliminado en el ámbito en el que, según ellas, nace, que es el de la familia y la educación. No se trata por tanto de que hombres y mujeres sean iguales, sino de que ni unos ni otras sean.
Con estos parámetros, es más lógico entender la aparente idiotez de vetar Blancanieves. Lo cierto es que los ideólogos de género llegan más lejos en su afán totalitario: Amorós o Miyares abogan explícitamente por arrebatar la educación sexual a los padres les guste o no (pues entienden que el sexo es una relación de dominación que convierte necesariamente la familia, si no interviene el Estado, en ámbito de violencia), y Simone de Beauvoir postulaba incluso impedir que una mujer que quisiese quedarse en casa cuidando de sus hijos, pudiese hacerlo.
En el libro de Trillo queda meridianamente claro este carácter totalitario de la ideología de género. La reciente Ley del Aborto incluye la formación infantil en esta ideología, y la prohibición de Cenicienta no es una melonada más de personajes acostumbrados a despilfarrar el dinero público. "Esta ideología se ha implementado de forma programada por primera vez en un país democrático" a partir de 2004, sostiene Trillo. Es una revolución tranquila e inadvertida, mediante la penetración en todas las instituciones, que oculta sus últimos fines: "Una transformación radical de toda la cultura occidental".
La documentación (ensayos e informes) que cita el volumen es exhaustiva. La argumentación de Trillo, poderosa. Y la conclusión es preocupante. Desde un punto de vista político, la ideología de género busca (y está consiguiendo) una intromisión de los poderes públicos en el ámbito más íntimo y privado, en la formación de las conciencias y en la libertad de las familias. Y desde un punto de vista jurídico, en su rebelión contra la naturaleza consagra "el deseo como principio legitimador del derecho", y ya desde Cicerón sabemos que eso conduce desde la anarquía del deseo del individuo, al rebaño manejado a palos por el deseo del pastor.
(Por cierto: cualquiera que haya visto la película sabe que Blancanieves pone firmes a siete hombres y que, resucitada por un beso de amor -bello modelo contra la violencia doméstica-, pasa a ser reina, esto es, la que manda. Podría ser incluso un alegato feminista, si no anduviesen los ideólogos de género, ahogados en lo venéreo, tan ayunos de poesía como demuestra este libro.)
No es memez, es ideología de género
Los calificativos para esta medida se agotan en cada foro que glosa la noticia, pero no conviene verlo sólo como una muestra más de la mediocridad y falta de sentido común de este Gobierno. Es más bien la parte chusca y patética de una estrategia que Jesús Trillo-Figueroa ha estudiado y descrito en La ideología de género (LibrosLibres), una obra imprescindible para comprender qué fines animan a Zapatero o Aido cuando plantean las llamadas "políticas de igualdad".
Trillo demuestra que de lo único de lo que no se trata en esas políticas es de "igualdad" entre hombres y mujeres, sino en la disolución de la mujer como una identidad específica. Al estudiar el pensamiento de las feministas radicales (entre las españolas, Celia Amorós y Alicia Miyares) se encuentra el sexo, como algo natural, disuelto en el género, como algo voluntario. Ser hombre o ser mujer no es una condición innata, sino un estereotipo, y como tal debe ser eliminado en el ámbito en el que, según ellas, nace, que es el de la familia y la educación. No se trata por tanto de que hombres y mujeres sean iguales, sino de que ni unos ni otras sean.
Con estos parámetros, es más lógico entender la aparente idiotez de vetar Blancanieves. Lo cierto es que los ideólogos de género llegan más lejos en su afán totalitario: Amorós o Miyares abogan explícitamente por arrebatar la educación sexual a los padres les guste o no (pues entienden que el sexo es una relación de dominación que convierte necesariamente la familia, si no interviene el Estado, en ámbito de violencia), y Simone de Beauvoir postulaba incluso impedir que una mujer que quisiese quedarse en casa cuidando de sus hijos, pudiese hacerlo.
En el libro de Trillo queda meridianamente claro este carácter totalitario de la ideología de género. La reciente Ley del Aborto incluye la formación infantil en esta ideología, y la prohibición de Cenicienta no es una melonada más de personajes acostumbrados a despilfarrar el dinero público. "Esta ideología se ha implementado de forma programada por primera vez en un país democrático" a partir de 2004, sostiene Trillo. Es una revolución tranquila e inadvertida, mediante la penetración en todas las instituciones, que oculta sus últimos fines: "Una transformación radical de toda la cultura occidental".
La documentación (ensayos e informes) que cita el volumen es exhaustiva. La argumentación de Trillo, poderosa. Y la conclusión es preocupante. Desde un punto de vista político, la ideología de género busca (y está consiguiendo) una intromisión de los poderes públicos en el ámbito más íntimo y privado, en la formación de las conciencias y en la libertad de las familias. Y desde un punto de vista jurídico, en su rebelión contra la naturaleza consagra "el deseo como principio legitimador del derecho", y ya desde Cicerón sabemos que eso conduce desde la anarquía del deseo del individuo, al rebaño manejado a palos por el deseo del pastor.
(Por cierto: cualquiera que haya visto la película sabe que Blancanieves pone firmes a siete hombres y que, resucitada por un beso de amor -bello modelo contra la violencia doméstica-, pasa a ser reina, esto es, la que manda. Podría ser incluso un alegato feminista, si no anduviesen los ideólogos de género, ahogados en lo venéreo, tan ayunos de poesía como demuestra este libro.)
