Ilis
Participativ@
BASTA YA
Desde el fondo del valle, llega un silbido. Es la primera señal de que el tren cremallera de Núria va a entrar. Pronto aparece entre los árboles. A pesar del frío, el ambiente está animado. Jóvenes excursionistas, familias y visitantes de fin de semana se agolpan junto a las puertas, suben y buscan asiento.
Queralbs queda atrás: techos de pizarra, calles en cuesta y una iglesia romanica del siglo XII. Las “furgo” no pasan del estacionamiento de la estación. A partir de allí, solo hay dos opciones: tomar el tren o caminar. Pero con nieve... ¿Quién está dispuesto a perderse el confort del vagón?.
A través del altavoz anuncian lo que se verá a lo largo del trayecto. Después, suena música de Mozart. El tren, las montañas, la mezcla variopinta y el ambiente familiar puede antojarse helvético. Quizás ayuden los letreros que indican la altura alcanzada, comparándola a poblaciones suizas: Montana 1.500 m., Davos 1.560...............
Al otro lado del valle, se observa cómo el bosque cambia: abajo, los colores grises y pardos de los robles, arriba, un verde oscuro de pino negro sobre el blanco de la nieve. El valle se cierra para embocar los desfiladeros de Núria. El tren entra en un túnel, salta torrentes, bordea el precipicio, cruza angosturas de paredes verticales. Torturados pinos negros se aferran a las rocas. Pasa otro túnel. A la salida, el complejo del santuario, que parece emerger sobre las aguas del lago, da la bienvenida a los recién llegados.
Para el convoy y el público se divide. Los excursionistas despliegan el mapa. Algunos quizás opten por alquilar esquís o raquetas (cuando hay nieve) tiro con arco, recorridos a caballo de montaña........ Otros tendran suficiente con la visita al santuario y sus aledaños. Tras años de desidia, se ha modernizado: una sala sirve de museo del cremallera, otra expone las características del entorno natural, otras están dedicadas a artistas locales.
Sea cual sea la elección, hay que ir a la iglesia para saludar a la patrona. Junto al altar, unas escaleras suben al camarín de la virgen. La tosca imagen (reproducción de la románica original del siglo XI) está cubierta con mantos de estrellas. En el regazo sostiene a un niño Jesús, algo escorado, que bendice.
Dice la leyenda que fue tallada por san Gil, santo varón establecido como ermitaño en el valle a principios del siglo VI. Cuando huía de las huestes godas, dejó la imagen enterrada junto a un caldero, una campana y una cruz, y allí permaneció tres siglos. Hallada la virgen, quisieron sacarla del valle, pero a medida que se alejaban los porteadores, se hizo más y más pesada y hubo que dajarla allí. Sólo cambió el valle en dos ocasiones: durante la guerra civil que lo cambió por un banco suizo y en 1967, cuando, ante la posibilidad de que Franco visitara el santuario, un grupo de jóvenes la sustrajo (o eso declararon en la detención).
Pero el verdadero espectáculo está fuera, donde el aire es más aire. Alrededor del santuario se levanta olla de cimas amables con nombres épicos: Puigmal, Torrenueles, Noufonts, Noucreus, Fossa del Gegant, Inferm. Picos de casi tres mil metros que aquí están al alcance de la mano. Y más si se toma el telesilla o el telecabina que lleva hasta el albergue. Las piasta, pocas pero sin aglomeraciones, corren por el bosque, rodeadas de pinos y de silencio.
Para los afortunados que pasen la noche en las instalaciones fuera de los pocos días de mayor afluencia, el trato les parecerá extremadamente familiar hasta el punto de compartir chachara y copa con el poquito personal que permanece durante la noche. En especial con el monitor de esquí de fondo que, pese a peinar canas, presume de su imbatibilidad.
Por la vida, Ilis
Desde el fondo del valle, llega un silbido. Es la primera señal de que el tren cremallera de Núria va a entrar. Pronto aparece entre los árboles. A pesar del frío, el ambiente está animado. Jóvenes excursionistas, familias y visitantes de fin de semana se agolpan junto a las puertas, suben y buscan asiento.
Queralbs queda atrás: techos de pizarra, calles en cuesta y una iglesia romanica del siglo XII. Las “furgo” no pasan del estacionamiento de la estación. A partir de allí, solo hay dos opciones: tomar el tren o caminar. Pero con nieve... ¿Quién está dispuesto a perderse el confort del vagón?.
A través del altavoz anuncian lo que se verá a lo largo del trayecto. Después, suena música de Mozart. El tren, las montañas, la mezcla variopinta y el ambiente familiar puede antojarse helvético. Quizás ayuden los letreros que indican la altura alcanzada, comparándola a poblaciones suizas: Montana 1.500 m., Davos 1.560...............
Al otro lado del valle, se observa cómo el bosque cambia: abajo, los colores grises y pardos de los robles, arriba, un verde oscuro de pino negro sobre el blanco de la nieve. El valle se cierra para embocar los desfiladeros de Núria. El tren entra en un túnel, salta torrentes, bordea el precipicio, cruza angosturas de paredes verticales. Torturados pinos negros se aferran a las rocas. Pasa otro túnel. A la salida, el complejo del santuario, que parece emerger sobre las aguas del lago, da la bienvenida a los recién llegados.
Para el convoy y el público se divide. Los excursionistas despliegan el mapa. Algunos quizás opten por alquilar esquís o raquetas (cuando hay nieve) tiro con arco, recorridos a caballo de montaña........ Otros tendran suficiente con la visita al santuario y sus aledaños. Tras años de desidia, se ha modernizado: una sala sirve de museo del cremallera, otra expone las características del entorno natural, otras están dedicadas a artistas locales.
Sea cual sea la elección, hay que ir a la iglesia para saludar a la patrona. Junto al altar, unas escaleras suben al camarín de la virgen. La tosca imagen (reproducción de la románica original del siglo XI) está cubierta con mantos de estrellas. En el regazo sostiene a un niño Jesús, algo escorado, que bendice.
Dice la leyenda que fue tallada por san Gil, santo varón establecido como ermitaño en el valle a principios del siglo VI. Cuando huía de las huestes godas, dejó la imagen enterrada junto a un caldero, una campana y una cruz, y allí permaneció tres siglos. Hallada la virgen, quisieron sacarla del valle, pero a medida que se alejaban los porteadores, se hizo más y más pesada y hubo que dajarla allí. Sólo cambió el valle en dos ocasiones: durante la guerra civil que lo cambió por un banco suizo y en 1967, cuando, ante la posibilidad de que Franco visitara el santuario, un grupo de jóvenes la sustrajo (o eso declararon en la detención).
Pero el verdadero espectáculo está fuera, donde el aire es más aire. Alrededor del santuario se levanta olla de cimas amables con nombres épicos: Puigmal, Torrenueles, Noufonts, Noucreus, Fossa del Gegant, Inferm. Picos de casi tres mil metros que aquí están al alcance de la mano. Y más si se toma el telesilla o el telecabina que lleva hasta el albergue. Las piasta, pocas pero sin aglomeraciones, corren por el bosque, rodeadas de pinos y de silencio.
Para los afortunados que pasen la noche en las instalaciones fuera de los pocos días de mayor afluencia, el trato les parecerá extremadamente familiar hasta el punto de compartir chachara y copa con el poquito personal que permanece durante la noche. En especial con el monitor de esquí de fondo que, pese a peinar canas, presume de su imbatibilidad.
Por la vida, Ilis