Webcampista.com

mucho más que un foro

Una de "Leyendas"

Dori

timid@
Es un poco largo .... pero espero que os guste ...Saludines


Unha historia do pasado. As lembranzas das Illas Cies

Cuentan que hace años, un joven estudiante de carrera de la meseta, termino sus exámenes a finales de Septiembre, después de un duro verano estudiando. Estaba realmente agotado y saturado, necesitaba descansar y salir unos días, pero no sabia ni a donde ni como.

Después de salir una tarde con sus amigos, paseando por la calle y hablando con ellos de su idea de marcharse unos días, se le acercó una persona, un vagabundo que tan solo le dijo: “Toma el tren, vete a Vigo y baja al puerto. Allí encontraras un barco que va a Cies, unos de los lugares más hermosos de Galicia. En las islas encontraras la paz y el descanso que necesitas”.

El se quedó desconcertado, sorprendido viendo como el vagabundo se alejaba tal como había llegado, en silencio, como un fantasma arrastrando sus harapos y su roto calzado. Nadie hizo ningún comentario sobre lo sucedido, como si realmente nada hubiera pasado.

Al llegar a casa, recordando lo acontecido aquella tarde, busco información sobre el lugar que el mendigo le había nombrado, “unas islas en la costa gallega”, pensó, “no suena nada mal. He de mirar si hay alojamiento y como llegar”.

Al día siguiente, sin dar tiempo a que la mañana transcurriese, ya tenia toda la información que necesitaba, el billete de tren y una reserva en el camping de Cies, único alojamiento que había, “puede ser bonita la historia esta, ya veremos como resulta”.

Por la tarde preparó la mochila, la poca ropa que necesitaba o esperaba necesitar, la tienda de campaña, el saco y lo que necesitaría de aseo personal. Se acostó pronto porque el tren salía de madrugada. Estaba nervioso e ilusionado, tanto que le costo conciliar el sueño.

Ya de madrugada se encontró en la estación, con sus pertrechos a los pies y el tren entrando por el andén. La estación estaba prácticamente vacía y sentía una sensación especial por lo que le esperaba vivir en los próximos días. Subió al tren, los pocos viajeros que había dormían o tenían su mirada pérdida, en lo que el cristal del vagón permitía ver. Se acomodo en su asiento y se relajo cerrando los ojos. Durmió durante todo el viaje y se despertó entrando en Vigo.

Bajó por las pendientes calles de Vigo hacia el puerto y allí encontró pronto el lugar de donde salían los barcos a Cies. Compró el billete, se sentó en la cubierta del barco, donde había varias filas de asientos, que por no ser uno de los meses fuertes de verano estaban prácticamente vacíos. Dejó sus pertrechos a su lado, cerró los ojos y empezó a sentir la brisa del mar con ese peculiar olor de las rías cuando baja la marea, amargo y crudo, pero que le gustaba.

Sentado en aquel banco de la cubierta, con los ojos cerrados, la cabeza ligeramente inclinada hacia atrás, sentí cada respiro de la brisa, cada olor de aquel aire puro. Casi no me había acordado de aquel vagabundo, pero ahora como el fantasma que abordo por la calle, pasó su imagen por delante de mis ojos cerrados. Sonreí, era lo menos que podía hacer. La verdad es que hasta este momento su sugerencia, estaba siendo todo un éxito.

Allí estaba sentado, oteando el horizonte, disfrutando de cada pincelada de color y el cuadro era bello. El sol suave de finales de Septiembre calentaba mi rostro, había pocas nubes en el cielo y la policromía era perfecta, mezcla del verde intenso de las montañas, el verde azulado del mar y encima el cielo azul claro, con las pinceladas del blanco de aquellas nubes dispersas que jalonaban el cielo.

En el borde de la ría, se divisaba a lo lejos un sinfín de pequeñas casas, algunas de marineros, otras de pueblos apiñados junto a algún puerto.

No conocía la ría ni tampoco Cies, era la primera vez y según el barco se fue acercando, la línea poco definida que era al salir de Vigo, fue dando forma a unas bellas islas, dudaba si eran dos o tres que formaban como un tapón natural que cerraba la ría.

El barco se acercó a un pequeño muelle de piedra, donde se arremolinaban turistas que volvían de retorno a Vigo. Unos pocos metros por detrás, había un edificio blanco, de dos plantas, antiguo, con la pintura de sus paredes desconchada por la dura climatología que debían de tener las islas durante el invierno.

Ahora tenia claro que eran tres islas, aunque dos de ellas estaban unidas por una pequeña lengua de rocas, una playa y entre estas, lo que parecía una charca de agua salada. En la segunda isla se divisaba el multicolor mosaico de las tiendas de camping. Que fácil estaba resultado todo, ni tendría que preguntar para llegar.

El barco ya hacia los últimos metros, recogí la mochila y me acerque al borde, junto a las escaleras y nada mas notar el golpe del casco contra las protecciones del muelle, de un pequeño salto ya estaba en el muelle. Tierra firme, pensé, como si de un viejo lobo de mar que llega de una travesía por alta mar, sonreí pensando en ello. Me paré un momento, aquello había que disfrutarlo y desde que el viaje había comenzado mis sentidos estaban a tope, como nunca habían estada, captaba cada matiz de color como si fuera el ultimo que viera, cada pequeño detalle, que antes ni siquiera me habría llamado la atención.

Bueno, debía de parecer un estúpido allí parado con una sonrisa en los labios y los ojos cerrados, así que por algo de pudor, abrí los ojos y tome mi camino. Ahora el viejo edificio ya no era tan pequeño y puede que tampoco tan viejo, a mi derecha arrancaba justo desde el muelle, una larga playa, por la que incluso podría llegar hasta pie del camping, pero tenia varios días por delante y habría tiempo para todo, así que me encamine por el angosto camino de tierra y arena de playa mezclados, que se adentraba en la isla y por la que ya desfilaban los pocos compañeros de viaje que había tenido.

El camino se bifurcó a los pocos metros pero estaba clara la dirección a seguir, hacia la derecha me adentraría en la isla norte, donde se dibujaban unas dunas y un pinar por el que discurría el camino.

Tomé la dirección al camping y el camino de golpe se convirtió en una especie de espigón dejando detrás la ladera de la isla. El espigón unía las dos islas que había llegado a dudar si era una sola. Por debajo del espigón, que era como un cordón umbilical, se colaba el mar hacia la playa haciendo una gran charca y a la derecha la mar brava rompiendo duro contra las rocas redondeadas y maltrechas por la dura mar que las azotaba sin cesar. La brisa se cargaba de gotas de agua que humedecían mi rostro y fraccionaban todos los olores, el salado, el amargo de las algas, el puro del viento. Desde luego que mis sentidos se despertaban. Ya estaba parado otra vez con los ojos cerrados, quien me viera como mínimo dibujaría una sonrisa viendo mi estampa: alto, desgarbado, con mi pelo revuelto por el aire, con los ojos cerrados, la mochila a la espalda, yo me lo imaginaba y solté una carcajada.

El tiempo que tardo en llegar al camping fue poco, el camino discurría pegado a la playa y el espectáculo era muy bello. El agua era transparente, y pasaba del azul claro de la orilla al azul oscuro según el fondo marino se iba introduciendo en la profundidad. Al otro lado del camino, comenzaba la escarpada ladera de la montaña. En el aire, cientos de gaviotas que volaban hacia sus nidos, en el escarpado acantilado que enfrentaba a las islas hacia el bravo mar.

Aun quedaban unas cuantas horas disfrutar, así que después de preguntar en la recepción del camping, si es que así se le puede llamar, monte rápido mi tienda y la verdad es que me daban ganas de quedarme tumbado dentro con la entrada orientada hacia la playa, la arena a muy pocos metros de mi y a la izquierda el pequeño lago, que ahora ya no me parecía tan pequeño.

De repente mi corazón dio un brinco, pausadamente, con una curiosidad y tranquilidad pasmosa, una gaviota asomo su cabeza por el borde de la tienda, moviendo su cabeza para tratar de percibir si había algún peligro aunque después me di cuenta que lo que buscaba era comida. Se notaba que estaban acostumbradas a la gente y a las tiendas, y que estas se podían convertir en auténticos supermercados si se dejaban las entradas abiertas. Como no vio comida, se dirigió a la más cercana. Que desfachatez y tranquilidad al andar por entre las tiendas, solté otra carcajada, leñes estaba feliz.

Me levante de un salto y salí a preguntar que dirección me recomendaban tomar, un pareja que había en la tienda contigua me recomendó que fuera al faro, pero que mejor que lo dejara para otro día, porque el camino era largo. Me quede pensando un rato, les di las gracias y me marche en la dirección que me habían señalado.

Aun no tenia claro que haría, pero como no tenia prisa y había venido solo, mis decisiones la marcarían lo que necesitara en cada momento y en aquel momento sentí la necesidad de pasear liberado de la carga de la mochila.

El camino se adentro entre unas pequeñas casas, que parecía ser las únicas viviendas que había en la isla. También habían unas ruinas como de una vieja capilla, pero sus muros y su interior estaban ya muy recubiertos de la frondosa vegetación que crecía pese a un ambiente tan salino, la humedad hacia que aquello fuera un verde vergel.

Después de andar un buen trecho, me encontré otra bifurcación en el camino, me fije que estaba señalizado con unos letreros muy rústicos, hechos en madera bruta y grabados al fuego. Enfrente de mí se abría una pequeña cala bañada por el ancho canal que separaba a esta isla de la tercera y más sur. Ya sabría donde vendría a descansar durante el próximo día, pero para poder disfrutar mas de ese descanso, sentía la necesidad de cansarme aun un poco más, así que tome la dirección al faro.

El camino se fue haciendo cada vez un poco más pendiente, mucho más predegoso según ascendía, perdiendo todo rastro de la arena de la playa, con lo que mis cansados pies sufrían más al pisar aquellas piedras sueltas. Aquí ya no había árboles, tan solo altos arbustos y matas que no conocía, llenas de unos afilados y duros pinchos.

Al poco rato vi como la senda se empezaba a retorcer delante mía, el camino subía como si lo hubiera dibujado el serpenteo de una culebra, hacia lo alto de la montaña, esta claro que para facilitar y suavizar la ascensión. En lo altos se divisaba la cúpula acristalada del faro.

Por un momento dude, no solo tendría que subir, sino que después debería de volver a bajar, era tarde y decidí llegar a la siguiente curva del camino y después tomar la decisión.

Unos cientos de metros más adelante, el camino giraba sobre si mismo, al acercarme al borde de la curva el suelo pareció desplomarse debajo de mis pies. Miré hacia abajo y el espectáculo era impresionante, la mar, la intrépida y brava mar abierta rompía con fuerza al fondo de una pendiente ladera. Un poco mas a la izquierda un segundo faro perfilaba la entrada del canal que separaba las islas. Mire hacia arriba y el cansancio desapareció, en menos de una hora el sol se pondría y la posibilidad de ver una bonita puesta de sol mi primer día en la isla me cautivó. Como embriagado, ese pensamiento me empujo camino arriba. Podía ver que aun quedaba un buen trecho de un retorcido camino que desde donde yo estaba se dibujaba sobre mi cabeza hasta lo más alto.

Aunque sofocado, llegué satisfecho y las imágenes que llenaron poco después mi retina compensaron con creces todo el esfuerzo.

Un robusto y bello faro centrado en el medio de aquella pequeña altiplanicie, como desafiando a la mar que tenia enfrente, todo rodeado de un muro circular, con una pequeña plataforma a la derecha. Después de recorrer cada centímetro, observándolo todo, me subí a aquella plataforma y al acercarme al borde un relámpago recorrió mis entrañas. Debajo de la plataforma el acantilado, como cortado por enorme cuchillo, llegaba, justo en la vertical del borde, directo hasta la rompiente, sin espacio para el error, si daba un paso en falso en cuestión de segundos mi vida se aplastaría contra aquellas rocas, casi un centenar de metros mas abajo. Me quedé paralizado mirando la sucesión de olas rompiendo contra el acantilado, llegaba el rugir hasta arriba, envuelto en la húmeda brisa, aunque llamarle brisa es poco generoso. Mi flequillo flotaba aupado por la corriente de aire.

Con más miedo que vergüenza me senté; Al alzar la vista y ver el bello espectáculo que había frente a mi me olvide del resto, lentamente giré mi cabeza de izquierda a derecha, observando cada estela de espuma que el mar dibujaba en la superficie. Acantilados donde las gaviotas flotaban en las corrientes ascendentes, pequeños barcos de pesca multicolor que remataban la faena.

Sin darme cuenta me había arrimado al borde de la plataforma y mis piernas colgaban en el vacío, ya no sentía miedo y un escalofrío recorrió bruscamente mi espalda, la sensación de plenitud, pese a la soledad que sentía, era total.

Aun quedaba un buen rato hasta que la puesta de sol llegara a su plenitud, hasta que el astro rey se bañara, literalmente, en el mar. Quería disfrutar cada minuto de lo que estaba viendo, empaparme en aquellas imágenes, gravarlas en mi mente y no olvidarlas jamás.

De repente sentí una extraña sensación en mi nuca, como si alguien me estuviera observando. Me giré, pero allí no había nadie; sonreí, ¡¡ sentirme vigilado allí!! otra vez solté una carcajada, era la tercera que soltaba aquel día y la verdad es que no era algo normal en mi.

Después de volver mi mirada al horizonte y tras discurrir unos minutos, volví a sentir aquella sensación, pero estaba vez note algo a unos metros de mi. Al girar mi cabeza, sentí como si de repente estuviera soñando, una bella joven estaba allí, de pie, mirándome. Una cara angelical, una mirada que me lleno de una dulce sensación, calmando el desasosiego del susto inicial. Me sonrió y le devolví la sonrisa. Nos quedamos unos instantes mirándonos y me empecé a ruborizar, así que despacio, para no parecer un grosero, volví mi mirada al mar, aunque mi cerebro no percibió durante unos instantes nada de la estampa que durante largos minutos mis ojos habían devorado.

Volví a centrarme en lo que tenia ante mi, pero para mi sorpresa ella se acercó y se sentó a mi lado, sin decir ni una sola palabra. Su boca, con unos labios perfilados y hermosos, seguía dibujando aquella sonrisa que me acababa de deslumbrar hacia unos instantes, pero su mirada estaba perdida, comiéndose literalmente el horizonte.

Estaba realmente desconcertado, pero tampoco era cuestión de quejarse, así que me calmé y traté de centrarme, ¡imposible!, sentía la necesidad de mirarla, de tratar de adivinar porque se había sentado junto a mi, realmente a mi nunca me ocurrían estas cosas.

Para desconcertarme aun mas, ella rozó mi mano con la suya y como si algo hubiera ocurrido en mi interior, un quemazón recorrió todo mi cuerpo, el vello de los brazos se erizo, solté un fuerte suspiro que me avergonzó de una manera que jamás había sentido, me ardía la cara de lo que acababa de demostrar. Ella sonrió, había sido tan ostensible que era imposible que no se diera cuenta, pero me cogió la mano y la apretó con una dulzura que hizo que todos los músculos de mi cuello se relajaran al unísono, hasta la cabeza se me ladeo levemente.

Giró su cabeza, y aquellos ojos de color marrón intenso me llenaron de paz, notaba como solo con su mirada era capaz de sonreír y en ese momento mi cerebro se dio por vencido, ya no trataba de entender lo que pasaba, tan solo de disfrutar de aquel momento que había llegado como un regalo divino.

Al unísono los dos giramos nuestra mirada hacia el mar, porque el sol comenzaba a desaparecer dentro del mar, lejos en el horizonte, sin una sola nube que perturbara aquel espectáculo. Con todo lo que estaba pasando mis sentidos estaban hiperactivos, notaba cada ráfaga de brisa en la piel, cada minúscula gota de agua que subía por el acantilado, notaba la dulce caricia de su piel contra la mía, sentía como jamás había sentido y era feliz,.

Sin pensarlo y aun sin saber como, me encontré levantándome, sentandome detrás de ella, pegado a su espalda. Despacio, como para no asustarla, puse mis manos sobre su cintura y me encontré con la barbilla apoyada sobre su hombro, arrimando mi mejilla a la suya. Mi atrevimiento me había dejado hasta sorprendido a mi, pero percibí por el rabillo del ojo una sonrisa de consentimiento y complicidad que me lleno de dicha. Jamás había sido tan atrevido y jamás pensé que aquel atrevimiento saliera bien.

Note como la brisa se calmaba, como el mar dejaba de rugir, como si el sol estuviera llamando la atención a todos para, en un majestuoso movimiento, dejar que el horizonte y el mar lo devoraran.

¡Que bello espectáculo, que paz, que dicha sentía!, no entendía nada de lo que había ocurrido, aquel ángel sentado entre mis piernas, mis manos abrazando su cintura y mi mejilla disfrutando de la tersura y caricias de su pómulo. Yo, que rara vez llamaba la atención de una mujer, tenia a una bella mujer abrazada. No lo podía entender, pero es que tampoco me preocupaba por entenderlo.

El silencio se volvió casi total y la oscuridad empezó a llenarlo todo poco a poco; yo no tenia ninguna prisa por moverme, no fuera a ser que ella se diera cuenta de su error, pero me sorprendió que ella tenia la misma actitud, así que nos quedamos allí sentados largos minutos hasta que la oscuridad era ya casi total, tan solo rota por los centelleos de la luz del faro. Me aparté lentamente y nos quedamos mirando, sentí la necesidad de hablarle, pero cuando mis labios iban a comenzar a moverse y adivinando ella mis intenciones, puso suavemente el dedo sobre ellos y emitió una ssshhh tan suave que no me atreví a contrariarla, ¿para que…?. Sonreí e instintivamente bese levemente su dedo.

No podía entender aquello y siendo sincero, tampoco me importaba. Aquel día estaba siendo uno de los más intensos de mi vida y no pensaba arruinarlo, aunque ya difícilmente se podría romper la magia que guardaría para siempre en el recuerdo, aunque ella se marchara, tal como vino, en aquel mismo instante.

Se levantó, me cogió una de las manos que habían estado abrazando su cintura y tiro de mi. Enfilamos la bajada del faro, por un camino que se veía tan solo remarcado por la oscuridad de la maleza que rodeaba la tierra del camino.

La vuelta se hizo excesivamente corta, como suele ocurrir cuando estas disfrutando lo que haces, y llegamos al camping tal como habíamos salido del pie del faro, cogidos de la mano.

Ni me sorprendió que ella supiera cual era mi tienda, ni que se dirigiera hacia ella, ni que se agachara y se introdujera dentro. No pensaba preguntar absolutamente nada, ¿para que…?, era feliz.

Tumbados en el suelo de la tienda uno enfrente del otro, mirándonos a los ojos sin ningún rubor, el sueño comenzó a vencerme. El día había sido largo e intenso, muy intenso. Necesitaba descansar y me dormí mirando aquella cara, aquellas mejillas que se hinchaban cuando mostraba la sonrisa más bella que jamás vi, creo que además lo hice con una sonrisa en mi boca, era feliz.

Durante la noche soñé, pasaron por mi cabeza todos los momentos que había disfrutado intensamente durante el día, incluso llegue a temer que a la mañana todo hubiera sido un sueño.

Al despertarme, sentí miedo a abrir los ojos, incluso pensé en alargar mi brazo para ver si ella estaba delante de mí pero tampoco fui capaz, así que después de unos minutos tumbado en silencio, dudando, mientras escuchaba el suave romper de las olas en la cercana playa, me pareció oír su respiración. Lentamente abrí los ojos y mi corazón latió acelerado; Frente a mi estaba ella, con sus ojos cerrados, con la melena morena cubriéndole los hombros, con sus manos unidas y su cabeza apoyada encima. No se cuanto tiempo paso mientras la observaba, pero me hubiera pasado toda la mañana en la misma postura, absorto, contemplándola. Su belleza me perturbo.

Me preguntaba porque ella no había querido que yo hablara, nuestra única comunicación era nuestra mirada y nuestro tacto, pero a mi con eso me llegaba, aunque me encantaría oír su voz, poderle hablarle, preguntarle tantas cosas …., ¿Quién era?¿de donde había salido?¿porque yo?¿si sentía lo mismo que yo? ...¡sentir!, me resultaba curioso que se me hubiera pasado eso por la cabeza, pero la acababa de conocer y sentía algo intenso por ella, algo puro y especial.

Mi cabeza daba mil vueltas a todo lo ocurrido y de repente ella abrió los ojos, de nuevo me miró. Me quedé en blanco, me olvidé de todo, solo aquella mirada, aquella forma de contacto con ella me calmaba, actuaba como un fuerte sedante sobre mí. Me sonrió de nuevo … aquella sonrisa ….

Durante varios días nuestras vidas se centraron únicamente en los dos. El mundo no existía, los sentimientos crecían con el paso de las horas. Sentía que sin su compañía yo no era nada, había tocado suavemente mi alma con cada caricia, con cada mirada.

Paseábamos y estábamos horas sentados frente al mar mirando simplemente como pasaba la gente, las olas, los barcos, las nubes, las aves.

Cada noche al acostarnos, sentía miedo, mientras la miraba, de que a la mañana siguiente me despertara y ella no estuviera. Miedo no era lo que sentía, sino pánico. No entiendo como sin poder hablarle, había llegado a amarla como la amaba. A veces cuando pensaba en ello, el miedo me perturbaba y ella se daba cuenta, por unos minutos su sonrisa desaparecía de su boca, pero poco a poco mi alma se calmaba y todo era como antes, fácil y sencillo, envolvente.

Pero una mañana los miedos se convirtieron en realidad; al abrir los ojos no encontré su cara, ni su mirada. No estaba. Mi corazón se paró, el nudo que crecía en el estomago aplastaba mis pulmones y en cada respiración, cada bocanada de aire me hacia daño. Abrí rápidamente la tienda y no estaba …… creí morir, el nudo en el estomago aumentaba. Mire a un lado y a otro y no la vi. Ahora las piernas me temblaban, era como si con su falta a mi cuerpo le faltara una mitad, y la mitad que estaba no quería vivir mutilada.

Durante toda la mañana recorrí la isla, la ansiedad se apoderaba de mí y a ratos, solo a ratos conseguía dominarla.

Volví a la tienda, me tumbé. Pensé que se me rompía el alma y de pronto vi algo en el suelo, algo extraño. Una especie de pequeño cristal. Lo cogí, lo toque y de golpe una extraña idea empezó a hacer volar mi imaginación. Era suave y flexible. Llegue a sonreír de lo que se me estaba pasando por la imaginación.

Salí fuera de la tienda porque necesitaba aire puro, tenia que poner en mi cabeza un poco de orden. Me senté como lo hacíamos por las mañanas al levantarnos, mirando al mar y lo que vi…. no hizo mas que haber volar mas la imaginación. Se que parecerá una locura, pero enfrente de la tienda se podía ver, algo borroso, una marca como si algo se hubiera arrastrado hacia el mar. Cerré los ojos y deje volar la imaginación, ahora empezaban a cuadrar algunas cosas, sonreí y solté una carcajada en alto, hacia días que no lo hacia.

Durante varios días la vida en el camping siguió su curso normal, hasta que los dueños del camping notaron la falta de aquel joven muchacho, alto, desgarbado. El tiempo por el que había reservado plaza ya hacia días que había espirado. Preguntaron a los vecinos de su tienda y todos coincidieron en lo mismo, hacia días que no lo habían visto, incluso a aquella compañera con la que se pasaba el día paseando, cogidos de la mano.

La alarma salto en el camping y tras comprobar que no se había marchado en el barco, comenzaron a buscarlos por la isla. Los habían visto en sitios donde la mar batía contra las rocas con fuerza y el miedo a que un golpe de mar los hubiera barrido les hizo temer lo peor.

La búsqueda había sido infructuosa, no encontraron rastro de ellos, ni en el faro, ni en las rocas, hasta que un muchacho los llamo, quería que vieran algo. Los llevo hasta una esquina de la playa y allí encima de una roca, perfectamente colocada, estaba la ropa del muchacho: sus bermudas, su camiseta y sus sandalias. Ni rastro del, ni rastro de ella.

Pasaron los días, los meses y las gentes del lugar se olvidaron de ellos, dos almas más que el mar había robado.

Al cabo de mucho tiempo, los marineros empezaron a contar que en los días de bellas puestas de sol, sobre las rocas de Cies, o en algunos de los islotes la rodean, se podían ver dos siluetas, sentadas, abrazadas, contemplando las puestas de sol. Que el viento y la mar, en respeto a su amor, se calmaban observando el majestuoso movimiento de que el sol y la mar se fundieran, se abrazaran como lo hacían ellos.

Hay quien piensa que son historias que los marineros se inventan, hay quien piensa que no.
 
:toothy2: dori casi me salpican las olas!!tan "dentro del texto" me puse :toothy1: eres un genio chica!!!!!màgico ,genial...me faltan calificativos!! :happy1: Saludicos :cherry:
 
BASTA YA

DORIIIIII, que digo yo que si habrá aún plazas en ese camping.

Por la vida, Ilis
 
Interesante historia Dori, no la conocía (¿es una leyenda real? conozco bien la "coya" y nunca la escuché). Por criticar algo...;-) :geek: El "palomo" baja Urzaiz en 3ª persona y embarca en 1ª persona...Deica logo
 
Buenoooo... También podía bajar por Alfonso XIII y seguir por García Barbón...;-)
 
saudos

Tas salido, los años que hace que te conozco y me sorprendes.

Decirte que desembarca en mi playa, la playa de RODAS.

aunque solo sea por apellido por que por papeles......... en fin que me ha gustado el relato.

abur
 
Caray!!!! .... me había olvidado de este hilo!!! :colors:

QUIETOS PARAOS TOOS!!!!!!!!.......... me alegro mucho que os haya gustado pero EL TEXTO NO ES MIO!!!!!!!! ..... lo leí en un foro que nada tiene que ver con el campismo y me gustó tanto que me pareció buena idea compartirlo con vosotros .......... siento que se haya generado este mal entendido... y aún más, que no haya revisado este hilo, en todo este tiempo, para aclararlo con anterioridad.

Para mi, que he hecho esa travesía y que, he acampado en ese camping, fue muy emocionante leerlo y casi diría .... que volver a vivirlo....

Venga un saludo
 
Gracias Dori, me has hecho pasar un buen rato disfrutando de tu relato, gracias de nuevo.
 
Dori, gracias por compartir esta historia con todos nosotros. Aunque no sea tuya gracias a ti la conocemos. La Belleza (así con mayúsculas) debería ser siempre patrimonio de la humanidad, o sea de todos...
Saludos desde la otra costa. Luis.-
 
SIN PALABRAS
 
Gracias por tu relato,


sin duda lo mejorcito que he leído en mucho tiempo.


(me ha recordado mi visita a las Cíes del año 86, todo un paraíso)



Un abrazo.
 
Saludos desde Narón

Gracias Dori. Estamos en el norte, pero somos de ese sur, siempre de nuestro sur.


Hace tiempo conocí a alguien que podría haberlo escrito y vivido. Recuerdos de hace 25 años.


Gracias.
 
Arriba
© 2004-2024 Webcampista.com