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DOS CARAS DE LA VIEJA CASTILLA
Hay dos formas de ver este pueblo; una, visitándolo en día
de diario, cuando sestea. La otra, recorriendo sus calles en
fin de semana, cuando se viste de fiesta para recibir a las
gentes que llegan para vivir unas horas en la más profunda
Castilla. Son dos caras de una misma moneda, que da a
elegir entre la calma y el silencio o el paseo y el festín
gastronómico.
Sea cual sea la elección, se
habrá de subir por la cuesta que
lleva a sus murallas, pasar por la
Puerta de la Villa, si se quiere
entrar a través de la fortificación
e iniciar la visita como es debido.
Después de pasar bajo el arco
morisco con sus puertas siempre
abiertas y eternamente quietas
por la acción del tiempo, se entra en la calle Real. A la izquierda
encontramos la cárcel vieja, un caserón que debió conocer los
mejores tiempos de Pedraza y los lamentos de sus alojados.
Empieza la gala de calles empedradas, casas nobles, fachadas
blasonadas, palacios de fuste y otros detalles de arquitectura
popular. Así hasta darse de morros con la casa de Pilatos y su
balcón esquinero.
Se vaya por donde se vaya, al final se estará en la Plaza
Mayor, que resulta que ni es cuadrada, ni es circular, pero distrae la
vista con un montón de contrastes. Pilares de madera, columnas de
piedra, pórticos recios, galerías, arcadas y puertas tachonadas.
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