Vista desde el castillo. Foto ©Ana
Cochem, como todos los pueblos de la ribera del Mosela podría
definirse como una postal, ese tipo de postales de cuento, donde los pueblos
parecen pintados a pastel y siempre con el rio como sempiterno compañero.
Una cosa rara, en la oficina de turismo hemos coincidido con un
empleado que habla perfectamente castellano, nos ha atendido y nos ha
proporcionado todo lo que tenía en nuestro idioma.
El paseo por el centro de la ciudad es relajante, sigue habiendo
multitud de tiendas de recuerdos, bares y sobretodo hemos descubierto un
par de pastelerías / panaderías y como personalmente me gusta probar
cosas nuevas, me he comprado un pan de semillas, de color casi negro que
amablemente me han cortado en rebanadas, está delicioso.