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Viajes por Europa (III parte). Castillos del Loira (II parte), Valle del Mosela, Selva Negra y Austria.
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EPÍLOGO
Abro la puerta de mi casa, una casa que huele ya a ausencia. Dejo la pequeña mochila donde
llevo mis cosas personales y deambulo por las habitaciones en un intento de reconocerme en
ellas, de reencontrarme con mi vida habitual: estoy despertando de un sueño que se ha hecho
realidad. Y es que cada viaje es un nuevo sueño.
Los libros, los cuadros, las fotos, todo... permanece igual: ¿Ha sido el sueño de una noche de
verano? Clavado con chinchetas, en una pared de mi habitación, el mapa de Alemania que nos
regalaron en FITUR, me impulsaba otra vez a viajar: acaricio con los dedos el itinerario, cerrando
los ojos en cada parada, en cada noche gastada, en cada pisada, en cada huella dejada... Revivo
cada uno de los momentos de una travesía que ha sido un viaje interior. Un viaje que me ha
recordado que la vida es un reflejo del alma, unos ojos que se esclavizan ante cualquier visión. En
estos 16 días que hemos viajado por Europa, mis sentidos han sido sometidos a un frecuente
vaivén que sacudieron unos músculos que habían vivido un millón de sensaciones, de música, de
ruidos, de olores, de gentes...; un millón de gotas de lluvia, de sudor, de sueños; energía,
agotamiento, desesperación, alegría, guerra y paz...
Recapitulo y siento como mi piel se eriza recordando los castillos de Francia, los horizontes
musicados de Baviera, las callejuelas de Gengenbach, las montañas de Austria, las carretera de
Berchtesgaden y de la Selva Negra, el Loira, el Mosela, el Obersee. Es mi Alemania, mi Francia,
mi Austria, unas almas que, de nuevo, me han cortejado hasta caer rendido en sus brazos.
Han sido más de seis mil kilómetros recorridos sin ninguna obsesión: seis mil kilómetros en los
que me dejé llevar por los recónditos senderos de las almas alemana, francesa y austriaca, unas
almas tan incomprensibles como accesibles, tan espirituales como humanas, tan brutales como
delicadas: en definitiva, nuestras almas.
Por un instante, Inma, Javi y yo nos miramos, nos abrazamos y nos emocionamos de recuerdos;
tiempo caduco que no podemos ni queremos olvidar.
Absorto en mis pensamientos recuerdo que alguien dijo un día que siempre las despedidas son
dolorosas. Yo no diría tanto: simplemente creo que son el inicio de la nostalgia.
Este relato se comenzó a escribir el 15 de agosto de 2008 en Hallstatt
(Austria) y se terminó el 10 de febrero de 2009 en Aranjuez (España).
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