2º Día.- Viernes 5 de diciembre.-
Amanece, mañana nublada y fresca. Dispongo de mucho tiempo para llegar a Málaga por lo que salgo muy tranquilo, velocidad moderada, sin prisas, poco tráfico, con la intención de desayunar en Jaén, área de servicio con cafetería y hotel. Desayuno popular, pan tostao con aceite de la tierra. Son las 9 de la mañana y la cafetería (enorme) vacía, la carretera vacía, la gasolinera también vacía. En este tramo de autovía entre Jaén y Granada, el mismo cartelito que veo desde hace muchos años: “Firme en mal estado en x km”, y es cierto, no es nada firme, abundantes roderas y badenes.
Que agradable sensación cuando vas sin prisas, prácticamente solo en la carretera, viendo como se alejan las nubes y como aparece un sol radiante, escuchando a Johnny Cash y disfrutando del cambiante paisaje andaluz.
Breve parada en Loja, sin motivo aparente, por pasar el tiempo, aparco en un Lidl y aprovecho para comprar algo de fruta. El resto del trayecto hasta Málaga se hace sin contratiempos, llego a las 14:00 h. y siguiendo las indicaciones de los foreros de la tierra, me dirijo hacia la Plaza de los Colorines, una rotonda con un tráfico infernal y donde aparentemente está prohibido aparcar. Se trata de esperar a Dª Chus, que llega en el AVE de las 18:30 h.
Salimos de Málaga por autopista de peaje en dirección a Tarifa. Llegamos al puerto justo cuando están terminando de cargar un barco.
Rápidamente a la Estación Marítima, presentamos la reserva en la taquilla correspondiente y nos dejan embarcar aunque nuestro barco era el siguiente. Nos hacen entrar en la bodega marcha atrás y siguiendo las indicaciones de cuatro o cinco operarios, porque allí mandaba todo el mundo (¡¡), nos colocamos tal y como nos dicen, hasta que llega uno que parecía era el que más mandaba y pretende que nos arrimemos más aún a los mamparos del buque…al “tio” sólo se le entendía “májunto má junto”, y en qué mala hora le hicimos caso… .
Dejamos la auto bien cerrada y subimos a una de las cubiertas interiores donde nos encontramos una fila enorme de personas frente a un minúsculo mostrador en el que, codo con codo, un policía marroquí y otro español, con mucha, mucha calma van sellando pasaportes. Toda la travesía discurrió en un estrecho pasillo, con un calor agobiante, rodeado de gente y sólo cuando llegamos al puerto de Tánger nos correspondió turno de sellado. Moraleja: la próxima vez disfrutaremos cómodamente sentados del viaje y al final, sólo al final, cuando ya estemos atracando en destino, nos pondremos a la cola.
Bajamos a la bodega y la mayoría de los coches ya habían salido, solo quedaban los vehículos más grandes. Nos ponemos en marcha y … y en qué mala hora le hicimos caso al “tío” del “majunto má junto”, porque allí se quedó un trocito de nuestra autocaravana. Una ventana lateral se enganchó con una viga y fue tal el crujido del plástico al desgarrarse que se paralizaron todas las maniobras de desembarque, se acercaron varios personajes vestidos de colorao, se dieron cuenta del percance y con la mayor naturalidad miraron hacia el techo y silbando una melodía se alejaron a continuar con sus quehaceres.
Ya estamos en Marruecos, de noche, lloviendo a cántaros, con una ventana destrozada y en medio de un caos de coches, aduaneros, policías, “chipichangas” (moros arregladores de papeles), bocinazos, gritos. Nos colocan en una de las filas, de las muchas que se forman para pasar la Aduana y voy a ventanilla a resolver la entrada de la auto, es una de las cosas que me gusta hacer personalmente: te acercas a la ventanilla, pides los impresos para la importación temporal del vehículo, lo rellenas y se lo vuelves a dar al bigotudo aduanero, que te mira con suficiencia y con pasmosa tranquilidad traslada tus datos, a mano, a un enorme cuaderno, sin decir una palabra ves como el impreso que le acabas de dar se queda traspapelado entre las hojas del cuaderno. Me le quedo mirando fijamente, con los ojos muy abiertos, las cejas en posición circunfleja, calladito, muy calladito, como diciendo “…cuando tú quieras majo¡¡” y efectivamente, así fue, cuando él quiso volvió atrás en el cuaderno, recuperó mis impresos, me los devolvió y pude regresar a mi auto, que avanzaba despacito en una de la filas. Bueno, no avanzaba sola, conducía Dª Chus.
Tardamos unos 40 minutos en pasar la aduana, tiempo que aproveché para recomponer la ventana rota, juntando los trozos con cinta americana, evitando así que entrase agua.
Ya avanzada la noche, salimos del puerto y siguiendo los indicativos de Autopista-Rabat, cruzamos rápidamente Tánger y a la salida, paramos en un Hotel de la cadena Ibis/Musafir, en cuyo aparcamiento pasamos la noche. No nos cobraron nada.
Kilómetros recorridos, 475.