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La idea de pasar por Quiberon surgió al leer el relato que habían escrito Fabrizzio y Elena. La forma de
describir ese paradisíaco enclave de postal nos hizo desviarnos de la más lógica de las rutas que hay
para subir directamente al Mont Saint-Michel. En su lectura uno puede recrearse y a la vez imaginarse
cómo puede ser esta casi “isla-península” en la Cote Sauvage.
Llegar es complicado. La fama que tiene esta zona hace que se formen enormes colas de tráfico para
entrar o salir de la península. Hay que tener en cuenta que la carretera de acceso sólo tiene un carril
para cada sentido de la circulación y que se pasan por zonas con pasos de cebra y reguladas por
semáforos.
Antes de llegar, hacemos una pequeña parada en el istmo de Penthievre. Este istmo es un simple
cordón de dunas que une la isla de Quiberon con el continente. En este paso es donde más tráfico
hay, puesto que es el único acceso por tierra que tiene Quiberon.
En este punto, aparcar la autocaravana no tiene mucha complicación, hay un pequeño parking junto a
la carretera que no está muy ocupado, sólo somos tres. Lo primero que vemos a mano derecha es el
Fort de Penthievre. Esta fortaleza, construida en 1747 por el gobernador de Bretaña, el duque de
Penthievre
,
para proteger la península y sus alrededores de las invasiones inglesas, es actualmente de
uso exclusivamente militar, el ejército lo usa para hacer prácticas. No se visita y únicamente es visible
la parte exterior. En este fuerte fueron torturados y fusilados por los alemanes 59 miembros de la
resistencia francesa durante la II Guerra Mundial. Tenían entre 17 y 48 años y sus cadáveres fueron
hallados en una gruta en la que ahora hay una gran cruz blanca en recuerdo a su memoria. Antes de
entrar a la gruta hay una placa con los nombres de todos ellos.
Visto el fuerte, ponemos rumbo a Quiberon. Poca distancia nos separa pero nos volvemos a topar con
otro atasco de 25’ para poder entrar. Llegamos al pueblo pero no encontramos sitio para aparcar la
autocaravana. Los dos parking en los que vemos autocaravanas están completamente llenos y para
colmo hay algunas calles cortadas que nos impiden seguir avanzando. Después de callejear algo más
de media hora, y viendo que la cosa se pone imposible, cabreados como monas decidimos dar la
vuelta e irnos de allí. Es muy posible que hubiese algún sitio para dejar la autocaravana pero nosotros
ya estamos cansados de dar vueltas sin ningún resultado. Es una pena llegar hasta aquí y tener que
irse por no poder aparcar. Seguramente nuestra escasa paciencia también influye.