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Londres y el sur de Inglaterra

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La ciudad se encuentra en el condado de Kent, a apenas 100 kms. , al este de

Londres,

de modo que

si vais por la capital inglesa os recomiendo que cojáis un tren y os acerquéis un día allí. Y es que lejos

del ambiente universitario que hoy día tiene (la ciudad duplica su población de 40 a 80.000

habitantes en época de estudios), Canterbury encierra el encanto de una antigua ciudad medieval.

St. Margaret Street es la calle que cruza todo el casco antiguo y nos conducirá a los principales

puntos de la ciudad; una calle adoquinada con edificios históricos, pubs muy antiguos y ese especial

encanto que le dan las casas con ventanas voladizas; con cristales enmarcados en madera; con casas

multicolores y esos enrejados que anuncian los distintos negocios que se extienden por la calle. High

Street, Cobblestone, Mercery… calles todas ellas de una antigüedad exquisita y encantadora, como

la calle St. Peter, a orillas del río Stour, donde se alzan las antiguas Casas de los Tejedores, casas de

humildes familias que para aparentar construían sus fachadas ricamente. Fueron precisamente los

hugonotes, los propietarios de estas casas, quienes levantaron económicamente de nuevo a

Canterbury.

Toda la Historia de Canterbury puede verse en sus variados museos, como el de Historia, como la

Galería de Arte o como el Museo Romano, pero cómo no, también en el de Geoffrey Chaucer, en el

que se reproducen algunos de sus famosos

“Cuentos de Canterbury”

con fieles representaciones de

las calles y casas de aquella época.

Y, por supuesto, la visita más esperada, la más importante: la Catedral de Canterbury, lugar de tantas

historias eclesiásticas; lugar donde un día se escribió la Historia del catolicismo y fue centro del

mundo. Dentro nos envolvemos de ese halo de misticismo que conlleva la figura de Thomas Beckett;

contenemos la respiración, y recordamos su trágica historia; observamos fijamente aquel lugar donde

un día fuera asesinado y, por un momento nos olvidamos de cuantos turistas nos rodean. Absortos,

recorremos con nuestra mirada el majestuoso interior de la iglesia y vemos su cripta normanda, su

coro, el altar mayor o el rico trono de St. Augustine donde siempre se han nombrado a los arzobispos

de Canterbury. Es Historia… Pura Historia cincelada en cada piedra de aquella catedral.

Y fuera, frente a la más querida fachada de la misma donde grabada en piedra se describe la historia

de amor entr

e Catalina de Aragón

y Arturo, príncipe de Gales muerto prematuramente, antes de que

aquélla acabara casándose siendo aún virgen y en segundas nupcias con Enrique VIII, nos recogemos

para descansar en la Plaza Christ Church Gate, quizás la más popular y querida, para sentados,

recordar una última historia de amor… la de todos los habitantes de Canterbury hacia su catedral,

capaces de irse hacia las torres de la iglesia, en medio de un bombardeo durante la Segunda Guerra

Mundial, para echar fuera las bombas que caían antes de que éstas pudieran explotar y derribar su

monumento más querido.

Son tantas las sensaciones que se perciben en su casco antiguo que el resto de la visita llega a

parecer hasta superficial, como pasear en barca por los canales que le rodean y ver la silla de

madera que, en uno de esos canales, se erigió para poner en ella a las

brujas.

Esa silla se introducía

bajo el agua un tiempo; si morían, es que eran inocentes, pero si vivían

y aún respiraban al sacarlas se las consideraba brujas, y entonces las

mataban. Más Historia.

Pero no hay nada más bonito que despedirse de una ciudad así en la

lejanía, observándola tranquilamente, sonriéndola, y ningún mejor sitio

que la Torre de la Westgate, la puerta de la muralla que, en alto, nos

permitirá echar ese último vistazo a Canterbury y lanzarle al aire un

cálido… “hasta siempre”.