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La otra cara de Santillana, la nobiliaria, vino después de que en los siglos XVI y
XVII, muchos de sus vecinos se viesen obligados a emigrar a América. Los que
lograron fortuna volvieron y levantaron palacios, iglesias y casonas. En 1850, la
nobleza de Madrid descubrió los encantos de Santillana poniendo de moda el verano
en la comarca.
Si la Colegiata es una maravilla del románico, apenas a 4 km. Se hunde en la
tierra la cueva de Altamira, la “Capilla Sixtina” del paleolítico. Descubierta en 1879 por
un cazador pero que poco tiempo después fue visitada por Marcelino Sanz, aficionado
a la arqueología acompañado de su hija quien a ser iluminada la cueva por el padre
exclamó la frase histórica para la arqueología y que sirvió para hacerla conocer por
doquier “¡Mira, papá, bueyes” y que obligó a replantear todo sobre nuestros orígenes.
La cueva tiene el acceso restringido, pero junto a ella se ha construido un museo con
una réplica exacta de la cavidad y sus pinturas.
Camino de Comillas, la ruta pasa por Oreña, con una sorprendente
concentración de anticuarios por m2.. Poco después, un desvío señala Novales, otro
curioso pueblo con un micro clima tal que permite el cultivo de cítricos como si fuese
una
huerta
mediterránea.
La historia moderna de Comillas es la de uno de sus vecinos, Antonio
López, que emigró a Cuba y como buen indiano enriquecido (la historia oficial no
reconoce que lo fuera con el tráfico de esclavos), a su vuelta financió la construcción
de obras privadas y benéficas en su pueblo. A él, y a su hijo, Claudio, debe Comillas la
fisonomía y la fama que hoy tiene. Levantarón la Universidad Pontificia que
sorprenden por la fantasía de estilos conjugados por dos arquitectos catalanes: Joan
Martorell
y
Lluis
Domènech.
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