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Visitamos la punta más lejana de la Bassin d’Arcachon,
que es La Pointe du Cap Ferret, que es un arenal de
playa fina en las dos caras: la exterior, que da al
Océano Atlántico, que es la zona surfera, y la interior,
que es la punta que cierra la bahía, y desde la que se
puede ver toda la bahía, hasta el extremo opuesto, que
queda muy cerca, y desde donde se divisa la duna de
Pyla, que es la duna más grande de toda Europa.
De camino allí paramos en un pequeño pueblo que nos
han recomendado, l’Herbe, y que tiene uno de los
muchos criaderos de ostras que aquí también hay, y
resulta ser un pequeño pueblo precioso.
Bajamos por unas estrechas calles hasta la playa, por
entre la multitud de casas de colores, que tienen un
aire de Jamaica o Indonesia, y que nos parecen muy
peculiares.
Continuamos el camino hasta el faro de Cap Ferret,
donde subimos (previo pago) por unas escaleras de
caracol, en las que ni nos atrevemos a contar los
escalones, aunque después de llegar a la cima, por suerte descubrimos que ha valido la pena pagar y
pegarte la paliza de escaleras, porque las vistas son impresionantes. Se puede ver toda la bahía, la duna
en su máximo esplendo, y todo el brazo de mar donde estamos. Por suerte además pillamos un día muy
soleado.
Para
finalizar
la
visita
continuamos hasta el final
del brazo, y nos adentramos
en la playa de arena blanca,
dando un paseo por la orilla.
Las vistas son muy bonitas.
Como nos han informado en
la oficina de turismo de que
desde allí se ven unas
espectaculares puestas de
sol, hemos ido preparados
para cenar por allí, así que
cogemos los bártulos y nos
colocamos en la playa para
esperar la puesta de sol. No
somos los únicos. La gente acude allí a pescar y a hacer catas de ostras, que aquí también son muy típicas
y preciadas.
El momento es único. Una puesta de sol en la playa siempre lo es.
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