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Viajes por Europa (III parte). Castillos del Loira (II parte), Valle del Mosela, Selva Negra y Austria.
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Hasta la pequeña cascada que nos encontramos camino del castillo, la charla es distendida. Ya
sabéis, se habla de lo divino y de lo humano y de lo bonito que parece el castillo en las fotos de la
guía que compramos en Trier. Cuando pasamos la mini-cascada, donde los que van en bicicleta
han de dejar su “borrica” atada, la conversación se acaba. Empezamos a respirar por la boca y a
preguntarnos si esto va a durar mucho. Miramos arriba, pero lo mejor es no mirar. Primera curva a
derechas, si consigo mantener este ritmo, parando dos o tres veces, dentro de una hora
llegaremos...
Cuando vamos por el metro quinientos las rampas empiezan a hacer mella. Pero el camino aún es
aceptable. Cada pocos metros sorteamos a duras penas los árboles gigantescos que tronchados
por su peso, por el viento, por un rayo o por Dios sabe qué, han caído sobre el manso y minúsculo
riachuelo Eltzbach.
Inma y Javi se van, pero no se despegan tanto como para dejarme atrás, en las curvas los
alcanzo y podemos hablar de nuestro penoso estado corporal y nuestras ya escasas fuerzas.
Durante la subida nos adelantan más de tres o cuatro familias (perro incluido) que, lógicamente,
están más ligeritas de kilos que nosotros, al menos que yo. Reconozco que ya no me quedan
fuerzas, pero si me paro se que no voy a poder ponerme en marcha, así que para arriba.
En el metro seiscientos cincuenta hay una curva criminal a izquierdas donde unos alegres abuelos
del Imserso suizo han decidido repostar agua (de botella propia, claro está, aquí no hay bares).
Nosotros no somos menos y decidimos darle a la Vitel como si la fueran a prohibir. Al reducir la
marcha, ni que decir tiene que el tiempo de ascenso se alarga. ¿Esto no va a terminar nunca?
pregunta Javi. Me siento tentado de preguntar a los que bajan cuánto queda para llegar “a la
cima”, pero eso sería señal de debilidad y no es cuestión de herir el orgullo patrio después de
haber ganado la Eurocopa. A la increíble pendiente se suman las piedras, los charcos y más
troncos de árboles caídos por el camino. Yo voy haciendo eses como los ciclistas del Tour en su
ascenso al Tourmalet y concentrado en que no se me escapen Inma y Javi para no quedar en
evidencia.
Pero sigo. Llego a una pequeña explanada donde hay dos matrimonios franceses entraditos en
kilos. Nos miramos con cara de mutua comprensión y nos damos ánimos con una sonrisa… El
aire sopla pero consuela poco, y aunque me duelen los riñones de tanto empujar para arriba, sigo
hacia la cumbre. Al pasar por una bifurcación de caminos, parece que se suaviza el terreno... pero
es peor, querido lector, es como una especie de trampa para que te confíes, porque de pronto
vuelven las pendientes y la espalda y las piernas duelen aún más. En un abrir y cerrar de ojos
alcanzo a Javi y a Inma que me esperan en un cruce de caminos (faltaría más que no les
alcanzara), y seguimos juntos por la ya llevadera senda que nos deja a los pies del Burg Eltz
cincuenta minutos después de haber iniciado la subida.
Unas nubes han tapado el sol y han refrescado un poco el tórrido ascenso. Pero estamos
contentos de haber llegado hasta aquí. Merece la pena. Las vistas son espectaculares. Pero aún
no ha llegado lo peor, ¡¡¡no!!! Resulta que estamos en la parte baja del castillo y para poder entrar
a visitarlo hay que subir aún más… ¿Más subida? pregunta Javi. Si, más subida, le espeto yo.
Tras cruzar por un pequeño puente el pequeño riachuelo, nos esperan varias decenas de
escalones de 40cm cada uno, escalones que por sí mismo, pueden acabar por rematar a
cualquier ser humano que no viniese ya medio muerto del vertiginoso ascenso por el caminito de
marras. Cada escalón es como si hubiesen empalmado dos de los que normalmente tenemos en
el portal de casa. Creo que eran así, aunque es posible que fuesen normalitos y el cansancio me
hiciese ver alucinaciones. Los últimos se parecen más a la contrabarrera de una plaza de toros
que a lo que en realidad son. Con todo esto, a duras penas consigo llegar hasta la entrada del
castillo. Me paro un momento, observo los alrededores y veo una empinadísima y asfaltada
carretera desde donde ha de haber unas vistas de escándalo. Y como tengo alma de masoquista,
allá que me voy yo solito ante la negativa de mis dos acompañantes a seguirme.
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