Aunque
hubiera
camino, a nosotros no nos
apetecía andar, por lo que
fuimos en coche. Junto a las
murallas hay unos grandes
párkings por lo que no hay
problema para aparcar, previo
pago claro está.
El interior de la ciudad
amurallada es una sucesión de
tienditas y por sus calles circula una marea de turistas. A pesar de todo la ciudad está
llena de encanto y el pasear entre sus calles es muy agradable. Las tiendas tienen de
todo y dan ganas de comprar: que si una espada para el nieto, que si una camiseta de
princesa para la nieta… Con las bolsas de compras en las manos teníamos ganas de
descansar. Al poco encontramos un patio-bar donde pudimos tomar tranquilamente algo
para descansar de tanta tienda.
Una vez visitada la ciudad antigua, bajamos hacia la ciudad moderna para hacer
tiempo antes de cenar. Esta parte de la ciudad no nos gustó nada: estaba desangelada y
totalmente desierta (quizás porque ya eran las 7 de la tarde). Aprovechamos para echar
gasolina en un hipermercado de las afueras y para sacar un par de fotos a la ciudad
amurallada
desde
el
puente.
Volvimos a la Cité
a cenar, y el número de
turistas no había bajado
prácticamente
nada.
Pasear por las concurridas
calles en una agradable
noche de verano la verdad
es que es una gozada. Llegamos a una plaza que estaba llena de restaurantes y en ella
cenamos un plat du jour (plato del día, una especie de plato combinado) que estaba muy
bien. Ya sé que lo típico de la zona es el cassoulet (alubias blancas con carne) ¡pero
cualquiera cena eso!…