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pero, que te esté viendo todo el día gente y más gente…” En fin, como todo, tiene su
parte buena y menos buena.
Callejeando por sus calles, puedes ver sus casas, por lo general estrechas y altas (aquí
es bastante problemático el tema del suelo urbanizable). Si os fijais, vereis que los edificios
están ligeramente inclinados hacia delante, como si te miraran por encima del hombro, y
tienen en su parte superior una polea. Eso es porque, debido a que las escaleras son muy
estrechas, la única forma de meter y sacar los muebles es a través de las ventanas. Y si las
fachadas se mantenían rectas, los muebles podían chocar contra las paredes.
De camino al Barrio Rojo (el que teneis arriba), os encontrareis con el Barrio Gay,
donde el arco iris es el rey. Las ventanas de los bares tienen banquitos de madera con
cojines que hacen sus veces de asiento para degustar una de sus típicas pintas. Es muy
animado y hace que te entre el gusanillo en el cuerpo y digas: “me gusta Amsterdam”.
Después teneis el Barrio Chino. Fijaros en los escaparates de los restaurantes (bueno,
más bien comida para llevar). Los patos y los pollos están ensartados en barras, cocinados
de tal forma que parece que están disecados, espatarrados… Ay pobres! Pero mira, la
verdad es que al final todos los comemos. Eso sí, mucha confianza no daban los lugares,
no os vamos a mentir.
También hay varios locales en los que te dan masajes, sobretodo de pies. ¡Y tienen
mucho éxito, eh!
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