[h=1]Asalto al Registro Civil[/h]  [h=2]Es posible que estemos ante una corrupción política mediante la captura del regulador[/h] 
 
  
    Miguel Ángel Aguilar  26 NOV 2012 - 20:02 CET
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 Ni siquiera sometida al quinto grado en el interrogatorio que siguió  al Consejo de Ministros fue posible que la vicepresidenta y portavoz se  aclarara el viernes pasado, día 23, en torno al llamado borrador de la  UDEF (Unidad de Delitos Económicos y Fiscales del Cuerpo Nacional de  Policía), atribuido a la policía, donde se implicaba al candidato Artur  Mas en comisiones y cuentas en Suiza y en Liechtenstein. Sus respuestas  parecían atenerse al principio de que todo aprovecha para el convento (o  para la campaña electoral). Veremos cómo lidia el próximo viernes, día  30, este otro borrador para la Reforma Integral de los Registros,  elaborado por la Dirección General de los Registros y del Notariado.  Porque pudiera revelarse como un caso de corrupción política mediante el  procedimiento de la captura del regulador.
 Sostiene Wikipedia que la anterior expresión se refiere a la  influencia de las empresas dominantes en un determinado sector sobre  la(s) agencia(s) gubernamental(es) a cuyo control se encuentran  sometidas. El fenómeno incluye desde el tráfico de influencias y el uso  de información privilegiada hasta la prevaricación de las agencias a  favor de los intereses del actor dominante. Sucede que el regulador se  convierte en defensor de los intereses del actor (la empresa dominante),  creando barreras de entrada para las empresas competidoras,  atribuyéndole privilegios legales, monopolios, haciendo concesiones al  protegido e influyendo en el proceso legislativo para que le sea lo más  favorable posible. Comportamientos de esta naturaleza evidencian a  menudo una relación estrecha entre los altos cargos del organismo  regulador y la empresa favorecida, a través de vínculos familiares,  profesionales o personales.
 Para confirmar esa captura en nuestro caso conviene atender al número  y rango de los políticos implicados y a las multimillonarias cifras que  generaría este pingüe negocio del Registro Civil entregado al disfrute  de un grupo profesional privilegiado. 
De modo que el registrador  cobraría y se enriquecería por cada ciudadano que naciera, creciera,  cambiara de domicilio, tuviera hijos, otorgara poderes, hiciera  testamento, se casara o divorciara y al fin se muriera. Por ejemplo, los  cónyuges al casarse tendrían que pagar 500 euros al registrador por  asumir funciones que hasta ahora desempeñaban los párrocos. El notario,  si fuera diligente, debería advertir a los contrayentes que cuiden de no  consumar el matrimonio hasta que haya sido inscrito, dado que —según el  anteproyecto de ley— no estarían casados frente a nadie hasta que se  verificara la inscripción, cuyo arancel sería incrementado por el  registrador con cada obstáculo que pudiera encontrar o inventar. A
demás,  cada vez que alguien pidiera una certificación de matrimonio o de  nacimiento o de lo que fuere, estaría obligado a pasar por la caja  registral. El pago de la factura, en vez de sufragar el coste del  servicio y de los funcionarios que lo prestan, pasaría al registrador, a  quien correspondería contratar personal laboral no sometido al estatuto  de funcionario, poseer la facultad de curiosear en lo más íntimo de las  vidas ajenas, pagar los gastos de la oficina y quedarse el resto para  su bolsillo.
 Así, el proyecto que comentamos entregaría a los registradores de la  propiedad y mercantiles, sin previo concurso público, la explotación  comercial del Registro Civil. De modo que en plena crisis unos  funcionarios, que actúan como profesionales aunque en un régimen de  absoluto monopolio, vendrían a apropiarse de un negocio sin prima de  riesgo alguna a costa de todos los españoles, dando así cumplimiento a  las ambiciones de este cuerpo y de su Colegio Nacional. Un simpático  colectivo que, tras ser sancionado por la Agencia de Protección de Datos  y perseguido por la Fiscalía del Tribunal Supremo, no parecería el más  indicado para explotar en su beneficio un servicio público de esta  trascendencia y de paso convertir en rehenes de su codicia a todos los  ciudadanos.
 Son tiempos de crisis, p
ero aunque fueran de bonanza carece de  sentido incrementar los costes que gravarán a los usuarios del Registro  Civil para reforzar el estatus millonario de un grupo de privilegiados  —los integrantes del Cuerpo de Registradores de la propiedad y  mercantiles— que, a tenor del anteproyecto, parecería tener abducido a  un Gobierno presidido por un miembro de la fratría. Habríamos pasado así  limpiamente del “tasazo” judicial al “arancelazo” registral, sin que  pueda alegarse reducción de costes de los salarios públicos, habida  cuenta de que los funcionarios hasta ahora encargados de las tareas del  Registro Civil deberán ser reubicados en otros departamentos del  ministerio, sin alivio para las arcas del Estado. Continuará.
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