CUENTO (II)
-¿Eran?- Preguntó la anciana esbozando esa sonrisa, la misma sonrisa con la que negaba en navidad haber colocado el regalo bajo su cama, mientras culpaba al Olentzero de tal allanamiento. -Las Sorginas eran lo que siguen siendo, cariño- nadie más en el mundo sabía hacer la trenza con la misma delicadeza, su madre siempre la propinaba dos o tres involuntarios tirones en el pelo. Sin embargo la amama, la abuela, sabía trenzar muy bien y ella casi disfrutaba del trenzado. -Las Sorginas son las sabias de los viejos tiempos, mucho antes de que construyeran las Ermitas- el trenzado seguía produciéndose directamente emanado de las manos de aquella anciana, unas manos blancas y arrugadas que revelaban el Invierno de su edad. -¿Antes de que tú nacieses Amama?- La anciana soltó una estruendosa carcajada mientras trataba de que los lazos con los que intentaba decorar el pelo de la niña no se descolocaran producto de la convulsión que acompañó la risotada. -Bai, cariño. Mucho antes de que yo naciera, me temo que demasiado tiempo atrás-. -Ellas son las que conocen los secretos de la madre que recorre estas tierras cabalgando en el aire que te hace temblar cuando sales al colegio. Son, mi niña, las descendientes de un linaje muy antiguo que emanó de las mismas entrañas de la Naturaleza, nuestra madre, Amalurra, en el momento que la humanidad apareció sobre estos parajes que tú ves aquí- En la imaginación de la niña aparecían brujas creciendo de la tierra, con sombreros puntiagudos y escoba en mano, -No, cariño, así no- se aventuró la anciana en una asombrosa lectura del pensamiento de su nieta -Eres muy pequeña para entender, pero lasai, lasai, ya entenderás de grande, tú recuerda bien lo que te digo ¿Quién sabe cuando vamos a poder a volver a tratar los temas de la Amalurra en intimidad, cariño?- La dijo guiñando el ojo con un gesto extremadamente felino.