Los huevos a las clarisas:
[FONT=Verdana, Arial, Helvetica, sans-serif]Al sucederse las generaciones en el correr de los tiempos, las costumbres y tradiciones meteorológicas han ido desapareciendo o han evolucionado tanto, que casi nos resultan irreconocibles. Es el caso de la antigua práctica de llevar la novia una docena de huevos a un convento de clarisas para que no lloviese el día de su boda.[/FONT]
[FONT=Verdana, Arial, Helvetica, sans-serif]Esta tradición puede considerarse un claro ejemplo de cómo la Meteorología, antes de ser Ciencia, había establecido un sistema para garantizar ambientes atmosféricos agradables en una de las fechas más importantes de la vida humana, el día de esponsales. Las bodas, antiguamente se celebraban fuera de la iglesia, al aire libre, en el atrio del edificio, por lo que contar con tiempo grato era muy deseable. Además, la presencia de eventos meteorológicos ajenos a lo que se consideraba buen tiempo estaban penados con una terrible carga supersticiosa. Hoy sabemos que la superstición es un vano presagio sobre cosas fortuitas, pero hace siglos, la presencia de lluvia en una boda se tenía como augurio de desgracias para la nueva familia, que harían llorar a la novia durante el resto de su vida. Otras veces, los vaticinios convertían a la novia en persona manirrota, vaga, sucia, o madre de infinidad de hijos… Así que la novia, por lo que le tocaba, era quien se encargaba de llevar la docena de huevos al monasterio de clarisas franciscanas más cercano y encargar a las religiosas que pidieran expresamente a Santa Clara la gracia del buen tiempo, sin lluvia, en el día de su matrimonio.[/FONT]
En los últimos años se ha revitalizado esta costumbre ancestral, haciendo llegar a las clarisas franciscanas huevos y limosnas, no sólo para bodas, sino para cualquier festejo, viaje o celebración, que pueda resultar deslucido o malogrado por la presencia de un tiempo atmosférico desapacible. Vivimos en un ambiente en que se presume de arreligiosidad, pero se practican una serie de mitos ambiguamente religiosos, casi siempre con regocijo y un cierto aroma exótico. Sabemos que nosotros nunca podríamos conseguir un tiempo espléndido de forma natural para una fecha o fechas determinadas y recurrimos a esta tradición popular, profana y religiosa a la vez, como el único recurso disponible.