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Miércoles 23/08/17

: Son las 7:00, temperatura interior 15,4º y exterior 8,5º. Hoy si saltamos de la

cama en cuanto nos despertamos. Nos gustaría llegar relativamente temprano al lago Königssee

para evitar las masas de gente (no sé si allí también tienen parada los autocares de japoneses…).

Seguimos la ruta que me recomendó el dueño del camping (creo que se llama Rudolf) y llegamos

al parking, este sí es de pago. 5€ por todo el día. Una calle repleta de tiendas de recuerdos para

los turistas nos lleva hasta el embarcadero, esto lo recordaba de cuando vinimos hace años y la

excusión se frustró por culpa de las obras que hacían en St. Bartholomä. Compramos los billetes

hasta Salet que es la parada que está en el otro extremo del lago. Pagamos 44,5€ por los tres. Es

el mismo precio que vale un billete familiar para dos adultos y 4 hijos de 6 a 17 años (menores no

pagan). O sea que a las familias numerosas le sale a cuenta comprar el familiar. Los barcos son

eléctricos y creo que en temporada alta salen aproximadamente cada 10’. Una vez los billetes

comprados, no tenemos que esperar para subir a un barquito. La lástima es que no podemos

escoger y sentarnos detrás para tener más libertad a la hora de ver paisaje y hacer fotos, pero los

cristales de las ventanas están muy limpios y se pueden abrir. El barco es muy silencioso, si no

miraras por la ventana, no creerías que estás navegando. Más bien se desliza surcando sus

verdísimas aguas que parecen esmeraldas. En un momento dado, el barco se detiene, apaga

motores y un chico que hasta ahora ha ido explicando cosas íntegramente en alemán (imagino que

sobre el lago), saca una trompeta y empieza a tocar unas notas. El eco las devuelve perfectamente.

Continúa tocando una melodía y el silencio es casi absoluto, solo roto de vez en cuando por las

exclamaciones de un bebé que hace ruiditos (o palabritas en alemán) cada vez que el eco devuelve

el sonido de la trompeta. Es casi mágico. Pero la magia se rompe en cuanto el concierto se acaba

y pasa la gorra pidiendo propina. A lo lejos vislumbro la silueta de St. Bartholomä, estoy muy

emocionada, son muchos años esperando este momento. La iglesia blanca con su cúpula roja

destaca entre montañas altísimas y aunque no luce el sol, creo que el escenario no puede ser

mejor. No puedo dejar de mirarla. Estoy cumpliendo con uno de mis sueños y me siento como una

niña con zapatos nuevos. Parece una postal. Llegamos a su embarcadero dónde hay gente que

sube y baja, pero nosotros permanecemos en el barco.

St. Bartholomä