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Continuamos hasta Salet, allí tomamos el caminito que en poco rato nos lleva hasta el Obersee, un

pequeño lago también encajado entre montañas y con aguas que van desde el verde claro hasta

el esmeralda. Sacamos fotos y compartimos un pedazo de pan con los patos, son jóvenes y no

tienen reparo en cogerlo de nuestras manos. ¡Me encantan y me los llevaría a todos a casa! Creo

que no he contado lo que me llegan a gustar los patos…

Obersee

Volvemos al embarcadero y enseguida llega un barquito que nos deja en St. Bartholomä. Ha salido

el sol y todo reluce. Entramos en la pequeña iglesia, nos paseamos por su alrededor y finalmente

nos quedamos a comer en el Biergarten del restaurante contiguo a la iglesia. Bajo sus árboles se

está de maravilla, la temperatura es fantástica y el escenario no puede ser mejor. La comida es

bastante aceptable. Después de comer nos compramos unos helados y nos los comemos junto al

lago. Me voy de paseo hasta una capilla que hay junto un riachuelo (Xavi y Ariadna me esperan

relajados en la sombra que da la iglesia). A mi vuelta decidimos acabar la excursión, no somos los

únicos, hay una cola tremenda y tenemos que esperar por lo menos 3 barcos y cuando nos toca,

nos asignan uno enano, en el que vamos más apretados que sardinas en lata. Voy viendo como

nos alejamos y me despido con una cierta emoción.

“Garajes”