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Fuera del recinto de la ciudad había un mercado de productos
artesanales y manutención. Compramos licor de marrasca, el famoso licor
que envasado se exporta a todo el mundo. Yo que soy totalmente astemia
sólo con el olor creo que agarré un colocón . Compramos saquitos de
lavanda perfumada de la isla de Hyatt. Me sorprendieron los higos de color
amarillo, de la misma textura y tamaño de los que compramos en Marruecos
y que tanto me gustan. Pero el sabor, ¡Ni parecido! Me sigo quedando con
los de Tres Forcas o Chafarinas. En cambio, las sandías le hacían la
competencia con mucho a las marroquíes de El Jadida. Me quedo con estas
de Dalmacia, a partir de probar su sabor el resto del viaje, donde vi que
vendían bien en trozos o en piezas. Me ponía “guarrita”. En mi vida he
ingerido tanta. Compramos unos escarpines para Enrique, pues yo tenía
unos que me había comprado en Melilla, pero no había de varón y
aprovechamos para Enrique: cientos de modelos, colores y baratísimos.
Comprendo que vendan por todos sitios por las piedras que tiene el agua en
toda la costa ¡aún no he visto arena! Pero el Adriático tiene ese color
esmeralda que el Mare Nostrum, será muy Nostrum pero tan contaminado
que mirar esta agua esmeralda eleva el espíritu y permanecerá en mi retina
para siempre.
Continuamos hacia Split (Spalato). Caminamos por el Palacio de
Diocleciano. Creo que no nos quedó un rincón sin ver. Me asombraron las
construcciones de familias y locales comerciales edificados dentro,
aprovechando muros, ventanas, etc. Era algo irreal, diferente. Donde estaba
el centro hay un palacio gótico a un lado y al otro lado uno renacentista.
Arcos tapiados de la residencia imperial, la catedral que era mausoleo de
Dicleciano, al lado de un campanario románico a los pies de la torre una
esfigie egipcia de granito negro, un edificio pequeño de estilo corintio que
había sido templo pagano dedicado a Júpiter. Se accede por cuatro puertas:
oro, plata, hierro y bronce ¡Qué me gustó! Hasta ahora lo que más.
Seguimos camino hacia las ruinas de Salona a las afueras de Split.
Después del Palacio de Diocleciano me decepcionaron, aunque ahora siento
no haber profundizado en la visita.
Podríamos haber ido a las Islas de Solta, Brae e Hvar. ¡Mi horrible
terror a embarcarme! En todo el viaje y las maravillosas islas no vimos ni una
sola ¡lo de Enrique hacia mí se llama amor! ¡y a él le encanta el mar! Siendo
un pescador excelente.
Nos dirigimos a Ploce. Enrique quería echar un vistazo porque, según
me contó, sirvió de campamento a las tropas de la ONU y allí llegaba la
ayuda humanitaria. No me gustó nada, era triste y gris.
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