

Londres y el sur de Inglaterra
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tarde, Pipino II, rey de Aquitania, le concedió Figeac, el "Nuevo Conques", donde van a instalarse
numerosos monjes. A estos dones se añadieron el oro y la plata, los tejidos preciosos, las tallas y los
camafeos antiguos que son el origen del tesoro de Conques. Esa generosidad real o imperial,
aumentada por las familias patricias de la provincia, tuvieron aquí profundas resonancias. Pero la
memoria colectiva solo recordará el nombre de Carlomagno, el bienhechor por excelencia, que
eclipsó a todos los otros miembros de su familia. Y tendrá naturalmente una plaza privilegiada en la
comitiva de los elegidos en el tímpano del Juicio final de la iglesia románica. Sin embargo, los favores
del emperador Carlomagno, no fueron nada, desde otro punto de vista, respecto a los que concedió al
monasterio una santa, asociando para siempre su nombre al de Conques.
Curiosamente, el destino de Conques parece haber sido sellado en los tiempos del emperador
romano Diocleciano, en el momento de las grandes persecuciones de cristianos de principios del siglo
IV. En efecto, lejos de aquí, una joven habitante del la ciudadela de Agen, Foy (Fides en latín),
convertida al cristianismo por Caprais, obispo de la ciudad, había rechazado hacer sacrificios a los
dioses paganos y por esta razón sufrió el martirio, a la edad de casi doce años.
Devoción de santa Foy (Fe)
En el siglo IX, en una época donde el culto de las reliquias tomaba cada vez más envergadura, donde
la presencia de los cuerpos santos implicaba para la abadía que los poseía, una gran preeminencia
espiritual, Conques se encontraba singularmente desprovista. Fue entonces cuando sus monjes,
después de varias tentativas infructuosas, echaron el ojo sobre las preciosas reliquias de santa Foy de
Agen, muy venerada en Aquitania. El rapto, llamado púdicamente "transferencia furtiva" se situó
hacia 866.
La llegada de santa Foy a su nueva patria, donde multiplicó los milagros
especialmente hacia los ciegos y los prisioneros, atrajo innumerables
peregrinos venidos de toda Francia para recibir los beneficios de la
santa. Esta nueva situación equivalió a una segunda fundación para la
abadía conquese cuya expansión continuó en lo sucesivo, sin
interrupción, durante casi tres siglos. Gracias a la prosperidad que
generó, nació en los siglos IX y X, una primera generación de obras de
arte, de entre las que destaca especialmente la célebre estatua relicario
de santa Foy, que los fieles venían a venerar en una iglesia de tres
naves precedidas de un pórtico - campanario.
En la misma época, la tumba del apóstol Santiago, en Compostela, comenzó a suplantar los otros
grandes peregrinajes del mundo cristiano. La notoriedad de los milagros de santa Foy era en aquel
entonces suficiente para que Conques fuese elegida como ciudad-etapa de uno de los cuatro grandes
caminos franceses: el que comenzaba en Puy-en-Velay. Después de la temida travesía por las
soledades de Aubrac, los peregrinos, caminando solos o en grupo, llegaban a los paisajes más
acogedores de las orillas del Lot, en Espalion. Desde Estaing, por los pueblos de Golinhac, donde una
cruz de piedra lleva siempre la imagen de un peregrino armado con su bordón; después Espeyrac,
Sénergues y San Marcel, tras lo cual llegaban a Conques después de una larga caminata. Después,
dos itinerarios se ofrecían ante ellos para desembocar en Quercy y la abadía de Moissac. El más corto
atravesaba el Dourdou, por el puente "romano" (llamado así por el paso de romius, los "peregrinos"
en occitano) y permitía alcanzar Aubin. Otro tomaba, en
Conques, la puerta de Vinzelle y se dirigía hacia Grand-
Vabre y Figeac, al noroeste. Los peregrinos, con las
donaciones o las ofrendas, aportaban a la abadía de Santa
Foy el poder y la riqueza, y por lo tanto las condiciones de
su esplendor artístico.
El culto a santa Foy, hasta entonces limitado a Rouergue y
las provincias vecinas, se difundió en toda la Cristiandad,
mantenido por la devoción de los peregrinos y amplificado a
principios del siglo XI por una obra literaria de importancia,