

Londres y el sur de Inglaterra
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El siglo XIX ve acelerar la decadencia. Conques cae al nivel de un
simple pueblo aunque con los servicios de un cabeza de comarca, lo
que le asegura un mínimo de vitalidad económica.
Bajo la monarquía de Julio, se produce un acontecimiento excepcional:
la venida, en 1837, del escritor Prosper Mérimée, con título de
inspector de Monumentos históricos, que llama la atención a las
autoridades gubernamentales sobre el estado de ruina de la abadía
románica. Esta inspección, efectuada en el marco de su viaje a
Auvergne, es el origen del redescubrimiento, del estudio y de la protección del patrimonio medieval.
De aquí en adelante, este monumento señero de la arquitectura occidental, clasificado con el título
de Monumento Histórico, se beneficiará, con vistas a la restauración, de una atención particular y de
créditos públicos importantes. A esta toma de conciencia colectiva por parte de los regímenes
políticos sucesivos, se añade la de las autoridades religiosas locales, sobre todo la figura
emblemática del cardenal Bourret, obispo de la diócesis, que favorecerá la llegada a Conques, en
1873, de una nueva comunidad eclesiástica perteneciente a la orden de Prémontré, con el encargo
de volver a dar vida al lugar, una vida espiritual, continuando con la tradición de los peregrinos de
Santa Foy.
Una historia tan rica, un patrimonio tan prestigioso, protegido, constantemente cuidado y revalorizado
desde hace ciento cincuenta años, hacen de Conques un gran lugar cultural de entre los más
visitados de Francia.
Pueblo monástico
El gran período de Conques, de mediados del siglo XI al primer tercio
del siglo XII, corresponde al de la construcción de la abadía. Bajo el
impulso del abad Begon III (1087-1107) en particular, el monasterio
de Santa Foy llegó a su apogeo. Continuando los trabajos
comenzados por sus predecesores, Odolric (1031-1065) y Etienne II
(1065-1087) en la nueva iglesia, Begon emprende la reconstrucción
de los edificios monásticos y del claustro.
El aumento del número de monjes lo hizo, sin duda, indispensable.
Conques se transforma entonces en un inmenso taller. "Hizo recubrir de oro numerosas reliquias" y
algunas de las más bellas piezas del Tesoro salieron de los talleres de orfebrería y de esmaltado que
se abrieron bajo su mandato. Al mismo tiempo está certificada la existencia de una escuela
monástica, con su biblioteca y su taller de manuscritos.
Paralelamente a la institución eclesiástica, una comunidad de habitantes se
agrupa progresivamente, reuniendo comerciantes y artesanos y liberándose
lentamente de la autoridad religiosa. Una carta fechada en 1288-1289
confirma, por ejemplo, la concesión de privilegios, sobre todo económicos por
parte del abad Raymond Dufour a una universitas de Conques, los líderes eran
los síndicos, por lo que reconocía implícitamente su existencia. A lo largo de
este siglo XIII, cada vez que un nuevo cargo eclesiástico asumía la más alta
dignidad, se veía obligado a renunciar a alguna parcela de poder; como el abad
Hugues de Panat, que en 1250 se vio obligado a aceptar que en lo sucesivo no
recibiría de la población "tallas, colectas o diezmos". Y si nos remontamos más
atrás en el tiempo, está confirmada por un texto de principios de este siglo, la
presencia en Conques de cuatro miembros de la magistratura de trabajo,
calificados ya como cosols (cónsules). Nació pues un consulado que iría creciendo dada su gran
influencia en el terreno económico. Poco después del año mil, el Libro de los Milagros de santa Foy
revela la existencia de una "ciudad importante, asentada en la colina por encima del monasterio".