

Londres y el sur de Inglaterra
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En efecto, una pequeña ciudad se desarrolló en la vertiente soleada de la
abadía, protegida por un cinturón amurallado, perforado por puertas
fortificadas y flanqueadas por algunas torres. Una red de callejuelas, algunas
pavimentadas, comunicaban en otros tiempos los lugares santos y los
diferentes barrios habitados. A pesar de la pendiente del terreno, varias fuentes
procuraban agua a los habitantes y un mercado medieval constituía el corazón
de los intercambios económicos.
Extramuros de la ciudad, se desarrollaba el único suburbio donde se
concentraban las actividades artesanales (molinos y curtidurías en el borde del
Ouche y del Dourdou) así como los talleres de los tapiceros, talladores y
zapateros principalmente.
Ignoramos el número de habitantes en el siglo XII que fue probablemente el del apogeo. Pero en
1341, Conques contaba todavía con 730 hogares (una unidad familiar ampliada, según los
historiadores demográficos) es decir alrededor de 3000 habitantes y se situaban así en el séptimo
lugar entre las ciudades de Rouergue. No se trata pues de un simple pueblo, sino de una población de
carácter urbano, gobernado por cuatro cónsules designados cada año por sus habitantes. Al final de
la Edad Media, parece incluso que la función de mercado regional viene a sustituir al aporte de los
peregrinos, ahora en decadencia. En el siglo XV, el rey Carlos VII autorizará, por ejemplo, el
establecimiento de ferias anuales y un mercado semanal.
No parece que la secularización del monasterio, en 1537, trajera un
golpe sensible a la prosperidad de la ciudad. Al contrario, la nueva
comunidad de canónigos que de aquí en adelante siguieron la Regla
de san Agustín, estaba dotada de ganancias substanciales y constituía
una clientela de interés para instalarse en las bellas residencias de
Conques. Pero pronto llegó el tiempo de las desgracias. Al incendio
provocado por los protestantes en 1568 que provocó alteraciones
importantes en la abadía y en el claustro, le suceden períodos de
epidemias y de hambre. La peste de 1628 fue particularmente
mortífera; los habitantes atrapados por el pánico, van a buscar refugio en los secaderos de castañas,
en medio de los bosques. Seguidamente, una serie de malas cosechas desencadena una nueva ola
de mortalidad, entre 1693-1694 principalmente, como testimonia el registro parroquial. Los
canónigos deben venir a la ayuda de los hambrientos con la distribución gratuita de habas.
Después de esta sucesión de calamidades, Conques se volverá a poner en pie
con mucha dificultad. A mediados del siglo XVIII, sus habitantes son menos de
un millar, en vísperas de la Revolución de 1789, seiscientos treinta solamente.
Es cierto, no se debería ensombrecer el cuadro más allá de la medida. Se
construyó mucho durante los dos últimos siglos del Antiguo Régimen. Existen
todavía, junto a los canónigos y la fraternidad de los sacerdotes seculares
establecida en la iglesia de Santo Tomás de Canterbury, próxima a la abadía,
hombres de ley, ricos comerciantes y artesanos activos, a la imagen de
Guillaume Chirac, carpintero y padre de Pierre Chirac, nacido en Conques en
1657 y que fue, después de una prestigiosa carrera, primer médico del rey Luis
XV. Sin embargo, campesinos y vinateros constituyen en ese momento, junto
con los mendigos, la mayor parte de la población conquese. En 1771, el cura respondió en estos
términos a un cuestionario sobre el estado de la diócesis pedida por el obispo de Rodez, Monseñor
Champion de Cicé: "No hay ningún comercio a causa de la falta de carreteras transitables... dos
tercios de las familias pasan la mitad del tiempo sin pan...Hay alrededor de ochenta inválidos, entre
los que se encuentran varios niños, y cien mendigos en la parroquia" Y el cura concluye este triste
cuadro. "Hoy, sufrir de hambre, vivir de castañas, vender las tierras y trabajar para otros: he aquí los
recursos, he aquí la situación"